Me desvela el recuerdo de tus ojos penetrantes, de tus ojos verdes desbocados, salvajes, corruptos.
Ojos que me dicen más que miradas en los míos; que me embisten cual toro desmedido, con su luz terrible, inconfundible, para matarme y matarme tantas veces que ya he perdido la cuenta.
Los pienso y se me ocurre una esmeralda, y si las esmeraldas no son así de verdes, entonces deberían serlo.
Tus ojos me atraviesan, me convierten en un trapo viejo y usado, tus ojos me desean, me conocen, me desnudan, me matan por momentos.
Verde que te quiero, que me estaqueás una mirada, verde que te veo, verde maldito, te deseo.
Tan sólo si tus ojos, si tus ojos, si tu boca repitiera con palabras a tus ojos, si tu boca, si tus ojos no dijeran tantas cosas.
No puedo dormir.
Es como un pequeño paraíso: tu boca, una curva exagerada, una manzana perversa que pide a gritos medio beso, sólo medio, para dejarme destruido sobre el sillón, aturdido, pensando sólo en tu media boca y en tus ojos llenos de flores verdes, acurrucados bajo tu pelo.
Me aturden los recuerdos de tu boca delineada, de tu boca risueña, traviesa, juvenil. Tu boca, la de los mil colores, la que se cierra sin cerrarse dentro del sueño mas profundo, tapada bajo la sábana, al calor de una mirada.
Tus ojos sobrepasan mis ideas. Me superan, me arrancan la vida de un tirón terriblemente involuntario.
El recuerdo de tus ojos no deja que los míos se cierren: no puedo dormir. La culpa es toda mía: yo no debí mirarlos.
F.L.B. 7/8/08