viernes, diciembre 28, 2007

El estigma

El niño de paja corre todo niño todo paja, todo velocidad pensando en cosas que no importan hasta chocar con un hombre no de paja, un hombre, un noniño que está quieto y saltan las virutas las esquirlas los dobleces de jirones de trapo de alambre y las migas de pan. El hombre noniño se sacude el traje azulgris que limpio limpio traía y mofando con un soplido, bocanada de aire, resoplando el aire, haciendo como un toro pero siendo un hombre, un noniño no de paja resopla. Tanto tanto que el niño de paja lo mira con los ojos de paja pero no de paja sino de niño de paja, ojos de cartón o madera ojos que miran al hombre y le dicen miradas mas que cosas cosas mas o menos le dice y el hombre no lo entiende porque es un noniño no de paja que no entiende ese lenguaje de niño en velocidad y parece enojado el hombre gordo de saco noniño enojado se enoja y camina enojado. Cuando el hombre sigue caminando el niño lo toma del brazo con su mano de madera que resbala y no lo toma pero lo intenta y algo hace porque el hombre noniño se voltea y ahora mira entendiendo menos que antes y antes no entendía nada. El niño le dice que él es un niño y que es de paja y que su saco es solo un saco pero que él, él es un niño de paja y es un niño que será un hombre algún día y que siempre será de paja y eso no lo asusta. El hombre noniño ríe y mete su mano de carne mete la mano en el bolsillo su mano de hueso y carne y saca un fósforo pequeño de madera con la cabeza roja roja y lo prende y se lo tira al niño de paja que grita y grita y corre sin poder parar ni pensar en nada sin pensar niño de paja que va en velocidad por la calle chocándose todo lo que hay a su paso, bomba de fuego de paja de niño encendida por la acera del costado de la calle muy transitada. El hombre ríe a carcajadas y es tan noniño tan reidor de niño de paja en llamas. Y el niño cae cae al suelo hecho cenizas, sin mas velocidad sin mas llamas que consuman lo que ya no está, lo que era, se esfumó. La gente que le pasa por los costados pasa pasa y no lo ven al niño pobre de paja cenizas no ven las cenizas de lo que era un niño de paja, sólo otros niños de paja se le acercan de paja niños y lloran al quemado, tratan de juntar las cenizas niños pero eran tan pequeñas y tan cenizas que volaban y cubrían todo lo que había por doquier y por cualquier parte doquier, alrededor en todo el mundo. Al instante el hombre noniño gordo piensa y se sonríe como hombre gordo noniño, piensa que con esos niños no hay futuro y se sonríe piensa, se sonríe, el hombre no niño de esta sociedad sin futuro.

F.L.B. (28/11/07)

lunes, diciembre 17, 2007

El regreso

Mastico el cigarrillo con alguna idea. Encuentro pocas respuestas para borrarlo de mi vida y si no resuelvo algo pronto, temo su presencia me consuma, como el humo que se escapa ante mi vida inconclusa.

Pensaba que ya no iba a verlo nunca más, que ya no iba a tener que sentir su aliento crudo, violento, verde. Imaginaba -alucinaba- un momento de paz en mi vida, un porvenir tranquilo, suave, calmo, como todo lo que pasé esta semana, sentado en la hamaca mirando la playa, las olas romper sin ningún reparo contra la arena del fondo. Rodeado de médanos sin fin, un viento tenue, cálido, que resopla sin que se sienta demasiado. El calor del verano en la playa, seco y pegajoso a la vez. Mi casa un poco abandonada, con lo justo y necesario, cumple la función: el refugio. La soledad me rodea en mi hamaca de tela marfil, gruesa para mi gusto, pero cómoda al fin.

Me prometía a mí mismo mentiras que no podría cumplir pero no importaba, porque él ya no estaba y podía darme el lujo de soñar despierto, o dormido, o pensar en nada, en nada más. No habría en mis espaldas un peso mayor al de mis huesos, no tendría una sombra constante, pesada, difícil de mantener en pie. Creía que podría caminar en la arena y dejar sólo dos huellas en lugar de cuatro, dejar un suspiro en lugar de dos, pensar sólo simple en mí.

Me equivoqué: Juan Cruz llegó y me pidió disculpas por todo, me abrazó como los amigos que éramos hace mucho y ahí cayeron, rotos, añicos, los vidrios de mis ilusiones. No importaba si yo lo perdonaba o no, no importaba para nada. No importaba si yo lo odiaba con toda mi humanidad completa entera llena hasta el hartazgo, no importaba siquiera, en la galería de mi casa, en el living de mi vida, no importaba siquiera Yo.

Juan Cruz había regresado y ahora, dos días después -todavía- no hemos hablado demasiado.

Un mes atrás, luego de pasear por las playas uruguayas ida y vuelta, él, como siempre me convenció. Yo, como siempre, nunca dije no. Sí, dije que no, pero lo dije con la mirada, con el cuerpo, lo dije con la conciencia exprimida, con la ética que conservo, la moral que llevo en el fondo del fondo, lo dije con el esófago y con el corazón, recuerdo haber escuchado algún riñón por ahí decirme también que no. Grité que no a los cuatro vientos de mi inteligencia, pero le serví el sí en bandeja al callar y no decir más que silencio, ese espacio a la duda que siempre dejo por no decir lo que debo y cuando lo intento ya no, ya es hoy, ya es un mes después de esa pareja de turistas que matamos y es tarde.

Viajábamos así, con lo puesto y algunas cosas, caminábamos y a los micros cuando se podía, cuando había plata de alguna venta de collarcitos y pulseras, de anillos con alambre y piedritas de arena, cuando vendíamos mas marihuana de la que fumábamos, cuando éramos buenos comerciantes. Conocimos a algunos y a otros, charlamos con aquellos, matamos a esos, peleamos así, corrí para allá y me escapé. Y acá, acá estoy, con éste tarado a mi lado que no puede hacer nada por su cuenta y que necesita de otro tarado para plasmar sus geniales ideas y pelotudas. Después de tanto correr y de pensar acá lo tengo, cosido a mi espalda como hace un mes, como hace 10 años cuando éramos dos pequeños insignificantes, como siempre desde que tengo memoria.

Todavía no entiendo cómo me encontró. Su presencia jamás me incomodó tanto sino hasta hoy, un día después de su regreso. Lo veo ahí sentado en la costa, mojándose los pies de su cuerpazo enorme y torpe, corriendo las olas más difíciles como si fuera un chico, tomándose lo poco que dejé del vodka de anoche, cuando todavía conservaba algo parecido a la libertad. Lo veo empinar la botella transparente atravesada por el rayo de luz que, además, parece iluminarlo como a un santo, como a un intocable de la vida: un hombre que pasó por tanto, un chico que nunca creció, que jamás entendió de que se trataba todo.

Intento esquivar a Juan Cruz, borrar su presencia, ignorar sus preguntas, hacerlo desaparecer aunque esté ahí y yo no quiera aceptarlo. Trato de volver a generar ese clima de tranquilidad pero su silueta me da escalofríos en la espalda. El estar ahí es tan subjetivo: está lejos, en la playa y sin embargo lo siento cerca, como si me escuchara haciendo de cuenta que me ignora corriendo entre las olas. Su estadía es una nube negra al acecho en un día de verano húmedo.

Caminábamos sin parar hasta que las ampollas y el sol nos consumían y ahí sentábamos campamento como dos Boy Scouts, tomábamos sol tipo roca, lagartos inmóviles, casi negros y contentos de estar haciendo nada, improvisando por la vida como actores desencontrados en un papel que los ha superado. Y eso que yo me prometía dejarlo pero al final era buenazo, al final hablaba mucho pero eran pocas las cagadas aunque graves y entonces uno se consuela cuando no hay mas camino por recorrer que el que está atrás y hasta a veces uno se lo inventa para no aceptar que adelante hay un barranco, una caída libre hacia el vacío, una camino de ida.

Las playas de Uruguay que frecuentábamos día a día eran solo postales: paisajes paradisíacos, piedras, olas y mar azul, celeste, casi tibio. Cuando entrábamos para disfrutar de la vida, intentando llevar ese paraíso abstracto hasta alguna sensación todo se derrumbaba: había piedras en el fondo y muchas algas que flotaban con la corriente, aguas vivas que nos corrían por la fuerza, rocas negras grandes moldeadas por el agua y peligrosas en la rompiente, posos sin fondo que se abrían en lo hondo, falsos caracoles, falsas playas: fachada. Todo era lo que no parecía, nosotros también: parecíamos.

Es muy difícil parecerse a lo que uno debe ser.

Se me acerca pesado, trabado con la arena al caminar, hundido en el planeta algunos centímetros. Hundido hasta el punto de no saber, de no, de no nada. Y yo mirándolo, escuchándolo lo poco que se lo puede escuchar a un infeliz. Claro que yo lo conozco y sé como llevarlo, sé que hay que decirle siempre que sí, que sí, sí sí sí sí, hasta que el sí es lo único que sale decir y luego, al instante, es demasiado tarde para esbozar un no rotundo, un final para alguna cosa que se pasó para el otro lado.

Me gustaría poder volver a ser Yo.

Se me acerca el pavote y me dice casi como sabiendo lo que pienso, anticipándose, leyendo mis ideas, mi mirada, mis palabras que no digo, me dice entonces no te enojes, cómo iba yo a saber.

Lo miro despacio desde sus pies hundidos tratando de salir hasta su cintura pequeña, lo subo por su torso marcado y duro, temible, sus brazos fuertes, el cuerpo de la cintura para arriba moldeado por un dios benevolente, casi un titán. Lo miro a los ojos sanos que engañan tanto como el sabe y su voz, modulada y no tan gruesa, con el tono exacto y calculado que debe tener una voz que habla de lo que me está hablando. Yo callo y no niego ni asiento, lo miro, me levanto y camino a sentarme a la orilla: la playa. Camino a mojarme la cabeza y los brazos, a pasar sal por mi cuerpo pequeño, por mi pelo seco lleno de arena, cansado y molesto, callado, me siento y prendo un cigarrillo mientras pienso, tranquilo, la manera mas fácil de matarlo.

F.L.B. (22/11/07)

miércoles, diciembre 05, 2007

Crónicas: Centenarius

30/08/07

El parque es verde y basto. Uno de los pocos espacios que hay entre los muchos barrios de Buenos Aires. La laguna, no tan profunda, es casi el centro de la cosa: un oasis rodeado por cemento.

Un chico, sentado a mi lado, se para y camina. Cada paso es una duda.

Solo se escuchan pájaros, patos, parejas y gansos. Algunos toman cerveza. La cuidad contempla, allá a lo lejos, alrededor.

Un pato chico corre a un ganso más grande. El ganso se aleja tras el ataque. No lo entiendo.

En el medio de la laguna hay, solitaria, una isla. Tiene arbolitos por el momento y una montaña de rocas gastadas de un tamaño considerable. Me pregunto cómo cortarán el pasto. No lo hacen.

Al final, detrás de todo medio escondida, una calesita se marea. Yo me canso por momentos de ver gente de la mano.

Cuanta monotonía hay en este cuadro qué, sin embargo, apuesta a la inspiración.

Mate, cigarrillos, charlas: una convención social.

Es un jueves de invierno y las 7 de la tarde es, en Parque Centenario, la hora bisagra.

6/09/07

Un chico de cuatro, de la mano de su padre dice pato pato pato pato, mientras los gansos, a menos de un metro, no se dan por aludidos.

Pato pato pato.

Es un lugar perfecto para leer y chupar algo de frío.

El árbol de unos 15 años sostiene a sus pies una pareja de enamorados de la misma edad.

Otro nene, con su madre y su abuela dice bauau bauau, pero los gansos hoy no hacen caso ni contestan. Hoy son más gansos que nunca.

Una pareja de abrasados saca fotos. Los gansos posan.

Me enerva el raspar de los zapatos en el cemento. Me enervan las pocas ganas de todo.

13/09/07

El parque permanece vacío: es otra cosa. Es eso que es cuando nadie está mirando. El parque hoy, con la lluvia y los gansos, con las hojas secas mojadas pisadas en el piso amontonadas, es lo otro, lo que no sabemos. Hoy, sin nadie que lo mire, es por sí mismo.

Lo fácil, lo mas fácil, es no verlo.

20/09/07

Allá, enfrente, cruzando la laguna entera de lado a lado, ocho pibes con remeras de futbol practican capoeira.

El agua parece un colchón, una capa firme de algo, como si se pudiera caminar por encima. Cuando algún rayo de sol la impacta y se refleja, pueden verse las ondas, el movimiento constante, el ir hacia algún lado indefinido.

Un nene de 2 quiere ir al pasto. La mamá no. La mamá lo guía. El nene quiere ir al pasto. La mamá lo guía para otro lado. La mamá se lo lleva. El nene no llora pero realmente quería ir al pasto.

La luz con el sol se esconde de a poco, viaja quizás hacia mismo lugar donde va el agua, ilusoriamente, encerrada en la laguna, en algún lugar del universo.

Una madre le dice a su hijo algo en alemán, dos chinas me pasan de lado hablando en chino y dos argentinas, bajo una estatua que no se entiende, hablan un castellano raro. Tienen pelo naranja, negro y amarillo. Pelo lacio, flequillo ralo hasta las cejas adelante; atrás corto hasta el cuello. Sacan fotos y se ríen bien.

Una pareja de sesenta y ocho en un banco a mi lado habla cosas de parejas de sesenta y ocho. Detrás de las rejas, junto a dos paseadores, los perros juegan y hasta se divierten.

Le pido fuego a un joven de veintipico, simple. Me contesta “ellas”. Sus tres compañeras fuman pero nadie quiere moverse. No se cuanto tiempo pasa pero es bastante. Luego una busca un encendedor amarillo y sin mirarme, me lo pasa. Le digo gracias aunque no quiero y me alejo. Ella no contesta.

Los pájaros parecen tímidos. La calle, raro, se escucha desde donde estoy sentado. Mañana es el día de la primavera y no parece. Luego pienso que no está mal que así sea.

Hoy, en el parque, me aburro.

Me voy.

F.L.B.