lunes, octubre 29, 2007

Dos corbatas (jaque mate)

Ninguna idea es eterna. Ninguna idea es, por siempre, invencible.


Juan Cruz está enardecido. No sólo enardecido, sino exaltado, confundido, fuera de sí. Completa y absolutamente fuera de sí. No es en vano por supuesto. Habitualmente mufa como un toro descarriado cuando no encuentra uno de sus zapatos. Lo que sucede hoy, de todas formas, es un poco diferente. Los zapatos están bien: atados y todo. El problema de hoy -el verdadero problema de hoy- es la corbata. La sucia, inmunda, desteñida corbata que tengo que buscar justo hoy que no me sonó el despertador, que llego tarde y que no se cuantas cosas mas le pasan a este pobre hombre, Juan Cruz Esperanto. Cuánto mas fácil sería su vida en este momento si viera su corbata azul -petróleo desteñida- envuelta en la frazada tendida en el piso que anoche tironeó Romeo hasta el cansancio. Cuánto mas fácil -y aburrida- hubiera sido su vida si no se hubiera puesto la otra, la negra de las cruces y los círculos en el trayecto hacia el trabajo, luego de cerrar con un portazo y de ahogar las últimas esperanzas que tenía Romeo de salir a mear como todos los días el arbolito de la vereda que crece orgulloso frente a la casa.

-Que se joda, algo habrá hecho ese perro con la corbata, si yo la deje anoche sobre la silla junto con el traje, todo preparadito pensó Juan Cruz mientras observó, frente a él, un caniche-toi que paseaba a su dueña de lado a lado de la vereda. Era una señora muy puntillosa con una correa celeste que no le combinaba con el trajecito. Claro, pensó, cuando uno se mira frente al espejo lo hace sin su mascota. Hay que ser mas precavido. La señora pasó frente a él sin mayores atenciones, casi como haciendo de cuenta que la vereda estaba vacía, aunque Juan Cruz no reparó en tanto detalle.

Borrón y cuenta nueva pensó, y así fue. El día cerró muy bien. Los alumnos atendieron toda la clase en completo silencio, preguntaron dudas antes del parcial, terminó de leer el libro de poemas en la plaza mientras hacía tiempo para otra clase y la profesora de Semiótica II otra vez lo había mirado de esa manera en el cambio de aulas. “Esa manera…”, la que te mira en busca de tus ojos y te mira con todo el cuerpo, con un completo unísono de violines y trompetas, piano, flauta y contrabajo. Esa mirada que te hace sentir tan chico que sólo podes reírte para no correr. La mirada que sólo hacen las mujeres y sólo (Digo: sólo) las mas osadas, las que están seguras (Digo: seguras) de verdad. Esa mirada que implica siempre un sentimiento y algo mas, y por la manera (ya somos grandes Juancito), algo mas.

La corbata: Negra, con cruces y círculos blancos, guardados, cuidadosamente posicionados, en una cuadrilla de nueve espacios. En cada posición, una cruz o un círculo. Cada cuadrilla es una jugada posible. Un ta-te-ti. Juan Cruz no sabe como llegó a sus manos pero tampoco se propone recordarlo.

Hay inexplicables que nos gusta conservar así.

El día prometía largo pero resultó más rápido de lo que hubiera imaginado. Mejor así pensó.

Juan Cruz tiene una inquietud. Camina y camina mas rápido intentando acelerar el mundo, pasarlo de largo y encontrarse, pronto, a los pies de su casa. Uno camina esperando llegar a algún lugar mientras piensa en lo que pensará cuando llegue, en lo que hará cuando el destino se tope con uno y ahí te quiero ver. Juan cruz tiene -siente- la urgencia de hacer algo. Siente en su nuca esa urgencia, la siente subir y le crispa el pelo. Sonríe. Se piensa sentado en su casa, cigarrillo en mano, recreando eso que lo ha mantenido todo el día ausente. El problema -el verdadero problema- es que se cansa de esperar y adelantándose a su destino decide detenerse por ahí, en algún lugar, en cualquier lugar, da lo mismo. Recuerda, mirando el mundo -sin mirarlo realmente- el dibujo de su corbata. La recuerda (y no la mira) porque al llevarla puesta se encuentra invertida ante sus ojos y ustedes sabrán, una corbata invertida no es lo mismo que una corbata en su perfecta posición y orden. De frente. Recto, march…

Siempre había odiado esa corbata. Juego de niños pensaba, nada seria. Negra, de velorio. Signos blancos. Signos ¿Lenguaje? Juego de azar ¿Lenguaje del azar? Nunca hubiera imaginado, piensa, que las cruces y los círculos fueran un lenguaje, y mucho menos que estuvieran ligados al azar. Pero…piensa nuevamente, ¿No es acaso un juego matemático, limitado, de muy pocas variantes e incluso, de muy poco ingenio? Es un juego de distracción en detrimento de la inteligencia. Te pongo una cruz acá mientras te pregunto por tu hermana y como está ella y asique el novio la dejo mira vos que mal y estará interesada en juntarse con nosotros porque fijate vos que antes cuando chicos, andábamos todos juntos y ahora que no esta de novio Ta-Te-Ti. Cagaste. Mirá que sos malo. Juguemos otro. Es la lógica de las cruces y los círculos. Nadie gana, nadie. Todos pierden, todos subestiman. Lógica sin demasiada lógica: el juego del empate.

Juan Cruz es profesor del Seminario de Informática y Sociedad de la facultad de comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Demasiados títulos para un profesor del montón. Es casi licenciado en esa carrera y hace muchos años cursó la materia que ahora enseña. Digo casi porque la tesina es, por lo pronto, un mal recuerdo que mejor no saquemos a relucir. Quizás por eso Juan Cruz siente una pasión oculta (en el entramado de sus pensamientos) por devenir filosofo de cualquier asunto intrascendente e inclusive argumentar o polemizar, defender y concluir al respecto. Por el momento no especularemos ni desarrollaremos demasiado esta faceta. No porque no tengamos interés sino porque cualquier conclusión sería, como ya lo he dicho, pura especulación. Y sinceramente habiendo tanto para contar de Juan Cruz, no veo razonable detenerme aquí, en este tan pequeño desliz de su vida universitaria si es que podemos, si tenemos el derecho, de clasificarlo como tal. Mucho menos ahora que entró a su casa y encontró el sofá meado por Romeo otra vez.

¿¡Donde estas hijuna gran p…!? Patada y a la calle hasta la noche y mas te vale que vuelvas porque si no no vas a volver mas, perro de mierda, decía otra vez enojadísimo Juan Cruz, que ahora que lo veo con otros ojos, desde afuera, me doy cuenta de lo especial que es su carácter. Tan peculiar, tan cambiante. Es decir, mejor no se lo crucen por estas horas…

Esto sí que es un juego. Ocho casillas por ocho casillas. Diferentes movimientos, estrategia, complejos adversarios, razonamiento puro y hasta un degradé de rangos para sacrificar a los inútiles que no son tan inútiles y proteger al poderoso que al fin y al cabo es otro de los inútiles. Típico de la guerra. Típico de un juego de guerra. Como me gusta el ajedrez pensó Juan Cruz mientras amasaba su nueva proyecto de tesis que le duró lo que uno tarda en decir “peón cuatro rey”.

Punto débil: Todos tenemos un punto débil y el de Juan Cruz es su soledad. Es sólo y eso no es poca cosa. Cuando uno está sólo desarrolla malos (y buenos) hábitos. Hablar sólo, hablarse, cantar en la ducha con la puerta abierta, caminar desnudo por la casa, ponerse una media en la cocina, la otra en el living, el pantalón en el pasillo y la corbata…¿Dónde estaba la corbata?

Decíamos que el punto débil de Juan Cruz era su inmensa soledad. El hace como que no se da cuenta, como que está bien así. Dice que no le molesta pero yo le creo poco. Se nota que la soledad lo inquieta. Es por eso que ahora cuando el perseverante Romeo le raspa la puerta con posterior ladrido, nuestro héroe se apiada y abre (cambiante decíamos), saludándolo con un cariño en la cabezota como que acá no ha pasado nada. El bólido peludo, ni lerdo ni perezoso y gran conocedor de su amo, le manda un lengüetazo entre las manos y firmada la tregua, todos al sillón a cenar la cena y mirar la tele o un libro o la cena.

“Nadie gana, nadie. Todos pierden. Todos subestiman” Soñó Juan Cruz anoche, con la luna husmeando en la oscuridad y un sin fin de ruidos entrando, gracias a la brisa, por la rendija de la ventana del cuarto.

-Tenemos que poner burletes, Romeo, le dijo entre dormido al perro que, obviamente, no entendió nada salvo su nombre. Claro, estaba demasiado dormido como para sentirse tan identificado.

Es evidente que la situación de la corbata lo ha inquietado. No es fácil inquietar a Juan Cruz y eso se los puedo decir yo.

Aclaremos esto: Un enojo no es lo mismo que una inquietud. Un enojo es por cualquier cosa, algo común, de todos los días y sobre todo para el carácter de Juan Cruz. El enojo no nos persigue hasta desvelarnos, al contrario, nos concilia con el sueño y al otro día ahh no era para tanto. Una inquietud es algo más sutil, es algo que apenas se percibe en alguna persona. Uno puede dar una clase entera con una inquietud molesta raspándole la nariz o el mentón y que apenas se vislumbre en alguna mirada perdida por la ventana. En enojo es implacable. Contamina todo lo que toca y lo potencia. El enojo hace explotar cada cosa que pasa por la boca o por el paladar; exacerba las ideas y hasta el arcoíris cambia de color. La inquietud es la frase que resuena en el oído todo el día, es eso que no importa lo que hagas, está ahí, latente, esperando ser resuelta o desechada por cansancio.

Decía que no es común ver a Juan Cruz en este estado, no desde hace tiempo…

El día siguiente en la facultad pasó sin altibajos, no tan fácil como ayer (no se la voy a hacer tan fácil) pero tampoco fue intransitable. Digamos que fue un miércoles de tránsito; con todo lo que significa un miércoles para cualquier trabajador.

Juan Cruz va todos los días a la facultad dónde da clases. Lunes y viernes se presenta como oyente en los teóricos del jefe de la cátedra. Algunos interesantes, otros podrían mejorar. El desgaste académico del titular y la resignación de quien hace lo que quiere, pero que cada vez quiere/puede menos, tiñen de monotonía cuántica la mitad de las clases. Luego de los teóricos la cátedra se junta para revisar los trabajos de investigación y poner datos en común. A veces, cuando tiene tiempo y ganas intercambia con sus colegas pensamientos, visiones de mundo, horizontes de ideas, etc. Lujos que sólo se permite de vez en cuando. Posteriormente Juan Cruz hace tiempo en la plasita de la esquina mientras lee o come algo (no hay tiempo para ambos) y después dicta clases de apoyo a otros estudiantes de manera privada pero en la misma facultad. Si, es cierto, cobra a sus educandos usando las instalaciones públicas. De cualquier modo, no descubrió la pólvora.

De martes a jueves es casi lo mismo pero a la inversa y en lugar de tener los teóricos se encarga de sus prácticos. La cosa es que a las 17 está de vuelta o en camino para su casa. Lo bueno es que le queda cerca.

Lo bueno es que queda cerca, pensó Juan cruz cuando una mano delicada lo tomó por la espalda en la vereda de la puerta, ahí nomas de la salida.

-Hola ¿No piensa saludarme nunca?

Y veníamos tan bien…

-Disculpe, le estoy hablando ¿No piensa saludarme nunca?

-Ahh…si…hola… ¿Usted es la profesora de semiótica II verdad? Entra al aula cuando estoy de salida.

-Sí, me llamo María ¿No piensa saludarme nunca? Me cansé de esperarlo

Es implacable y directa.

-Si, ya se.

-¿Qué es lo que sabe?

-Su nombre, ya lo sabía

-Lo felicito, yo en cambio estoy a la espera…

-Lo busqué en la lista de profesores y lo comparé con las asignaciones de las aulas y ahí lo encontré. María. Es un hermoso nombre.

-Gracias, dice ella como disculpándose por el atropello. Fue una mala pasada de los nervios, sin duda. Algunos enmudecen, otros hablan y hablan. Otros atropellan a lo toro y hasta asustan al mas torero en el asunto.

-Juan Cruz es mi nombre.

-Son dos.

-¿Perdón?

-Son dos nombres.

-Es uno. Es compuesto.

-Me gusta su corbata…es original.”

-Yo la detesto. Gracias igual por el cumplido. Disculpe usted pero debo irme porque mi perro no es muy educado y suele mear los sillones cuando no llego a tiempo. Fue un gusto cruzar palabras con usted. Gracias. Hasta luego. Gracias.

Parada, riendo. Su boca pequeña, fina. Definitivamente es hermosa. Y demostró bastante coraje y determinación. Mucha determinación ¿Y vos? ¡Vos le dijiste que el perro te meaba los sillones!

De vuelta en casa, confundido y algo nervioso, siente un alivio y es doble. Siente un gran alivio doble. Mañana es feriado y el sillón está intacto.

Luego se dará cuenta de algo: Para volver a su casa dio algunas vueltas de más y otras de menos. Tardó mas que lo acostumbrado en regresar y le llamó la atención que Romeo no haya meado el sillón como suele hacerlo en señal de protesta por el retraso de su amo y también de su alimento (el perro ha domesticado al hombre).

Juan cruz comprende, entrada la noche que no estuvo tan mal con María, aunque tampoco había estado brillante. Recuerda su remate con lo del perro pero llegó a convencerse que no había sido demasiado terrible justificándose en la sonrisa pequeña, casi disimulada de María. En realidad esto lo sabría con certeza pasado-mañana cuando crucen sus caminos nuevamente, siempre y cuando ambos lleguen a pasado-mañana. Procuraré intentarlo.

Casi a punto de dormir, al hacer el balance del día (porque Juan Cruz es de los que hacen el balance de los días; valla a saber uno que contabilidades ocultas llevará en su cabeza) piensa que éste ha resultado demasiado atípico. Sucedieron demasiadas cosas para la vida de cuartel que le ha tocado a nuestro amigo. Cosas inesperadas y hasta un poco raras si se me permite el término. En realidad, en el pensamiento de Juan Cruz la palabra fue “turbulento”. No creo que este adjetivo oscurezca la descripción, por lo menos, no voluntariamente. No podré saberlo sino hasta mañana porque acaba de dormirse mientras Romeo está en la cocina comiendo el último chizito que quedó sobre la mesa.

La noche, ocaso de lo constante.

El feriado pasó sin demasiados altibajos, compensando el atípico día de ayer. Día de sol, de lectura en la plaza, de paseo con Romeo. Los feriados son esos días extras de la vida, pertenecen al conjunto de lo regalado. Un plus, un adicional para dedicarse a hacer en un día lo que en treinta o sesenta no se puede. Es curioso, si en el feriado uno hace lo que realmente quiere, cualquier otro día, se deduce, es una pena constante. Agradezco, a veces, que los números no gobiernen -del todo- nuestra vida.

Buenos días.

-Se ha tomado usted en serio lo de la corbata amigo Juan Cruz ¿Puedo llamarlo amigo verdad?

-Es que sólo tengo dos.

-No se inquiete, era una broma. Además, realmente me gusta. Me hace pensar. Ayer me he quedado gran parte de la noche pensando en su corbata.

-En realidad tengo otra que es más de mi agrado, pero no he podido encontrarla. Ese perro seguro que…

-Parece que usted vive con el enemigo.

-A veces quisiera yo tener tanta suerte.

-Vamos, no exagere.

-No lo hago.

-Me dejó pensando le decía… la corbata. Usted también naturalmente.

Tenía unas botas de gamuza marrones. Un jean oscuro y una remera blanca, suave, frágil. Pelo suelto y castaño claro. Ojos marrones. Lacio. Marrones. Hermosa.

-¿Y usted no ha pensado?

-Lo estoy haciendo.

-En mi digo ¿No ha pensado en mi?

-Lo estoy haciendo

(Yo me voy)

Lo bueno es que queda cerca.

La remera blanca corre suave por su piel y se aleja de los brazos en lo alto. Mis manos recorren la cintura y suben por su espalda. Bajan, lentamente, hasta que no pueden bajar más y suben, lentamente, hasta donde quieren subir. Tomo su rostro entre mis dedos y la miro a los ojos y me mira. Nos miramos, nos hablamos sin decirnos más que miradas y eso es mucho. Sus ojos me dan clases y conferencias, me recitan los poemas más largos del mundo. Sus ojos caminan por mi espalda y me recorren y desnudan sin tocarme. Se quita las botas y mis zapatos se perderán por algún lugar de la casa para mañana nunca encontrarlos. Es tan frágil que temo romperla. Su cuerpo es alto, pero delgado. Su cintura aporta lo suyo. Bailamos sin quererlo y en la cama, ya en la cama, sobre ella y sobre el mundo, le agradezco a mi corbata la enseñanza que me ha dado.

El mejor jugador no es aquel que gana, sino el que comprende el funcionamiento total, el mecanismo, cada engranaje infinito del azar que lo rodea. Jaque Mate he dicho.

-¿Que, querido?

-Nada, nada, le hablaba al perro…


F.L.B. (27/8/07)

viernes, octubre 26, 2007

Las perlas de mi boca

Me pregunto si alguno de ustedes los ha robado. Me pregunto si alguno los ha deseado tanto (como yo) que me los ha robado. Me pregunto si…

Son míos y sólo míos y de nadie mas. Son completamente míos. Soy autor y productor, actor y músico, director, escenografía y vestuario. Fotografía y maquillaje. Creación personal. Incomprensión al alba. Todo lo que hay en ellos me pertenece y me los han robado. Y si alguien los encuentra…si alguien los sueña entonces… Si alguien los cruza en alguna siesta, bajo las ramas entretejidas de algún noble tamarisco… Si alguien los escucha en el sillón de algún lugar… le ruego, le imploro que me los devuelva.

Son cortos, pero no tanto. Más bien extensos (pero no tanto). A veces interminables (pero sí, son mas bien cortos). De siete a siete y cuarto y después al trabajo sin pensar. Sin pensar en nada mas que en el trabajo (y no tanto). Somos automáticos.

Algunas veces, de noche, vuelven y… si alguien los encuentra por favor… en el calor de una tarde de primavera sentados en una alfombra fumando, minutos después de una película que no vale lo que vale una película, una de verdad. En algún momento; en cualquier momento.

Hace tanto que… quizás ustedes los vean al pasar, casi sin notarlo o por alguna plaza (en plaza de Mayo por ejemplo, les gusta perderse entre las personas de los bancos), en barrancas o alguna parada. Por algún tobogán o calesita y los niños ¡Que bellos son! (Recuerdo a Pepinot de una película que si vale lo que debería) Transparencia, mirada sin prejuicio, ojos vírgenes, ojos que no juzgan, que no mienten. Quizás ellos los tengan, por alguna travesura ¿Son niños verdad?

En algunos, caen, lentamente, las perlas de mi boca (siempre quise llamarlos así porque es una bella metáfora para usar en algún poema y…) Miento. Disculpen ustedes la torpeza pero hace días que no duermo. Ellos no regresan y yo no duermo. Cuanto más los busco menos los encuentro y menos duermo. Carezco de algo que no se como se llama, pero es eso que tienen los que saben contar las cosas bien contadas. Por ejemplo Luis, el si que sabe contar… pero yo…no, yo no. El cuento no es mi fuerte. Con decirles que no me ando con vueltas y voy al hecho en sí y así no son las cosas. Ustedes bien que lo saben. Hay que embellecer o decorar a medida que se narra, ir en orden y contar, detalladamente, descriptivamente -poéticamente. Como cuando dije “las perlas de mi boca” y es mas bien sabido, porque ustedes ya lo saben, que esas perlas son mis dientes), lo que sucede en algunos de mis sueños. Entonces, cuando ustedes los vean al cruzar la calle, cuando los tomen por sorpresa, ahí si les pido, les ruego, que me los devuelvan.

Se afloja cuando estoy hablando, lo toco con la lengua y se mueve. Lo toco con el dedo y no se mueve menos que antes. Cae, uno, otro y el otro hasta que mi boca ha perdido todas sus perlas mientras mis manos la cubren para ocultar la vergüenza que genera una boca sin perlas ¡Ohh! ¡Que horror! Dirán todos ¡Una boca sin perlas! Y lo que sigue es importante pero estoy ansioso por contar los otros dos y entonces digamos que aquí termina.

El que escribe va pensando (¿ustedes saben?) por adelantado. Escribe acerca de las perlas pero en realidad ya está pensando en el pelo y en como contar el sueño del pelo. Ese sueño que no viene desde hace un tiempo por mi noche y que les pido, si coincide, si lo reconocen, si tienen alguna pista, un pequeño y fútil indicio… Si lo reconocen vagando por alguna siesta dominical, por alguna noche de preguntas existenciales y metejones platónicos…si lo llegan a ver venir me lo hagan saber y por favor…

Atención. Lejos está de no ser un sueño. No. No. No es una pesadilla. Yo no quiero pesadillas. Yo sueño así. Y si son traumas, premoniciones o sólo sueños acaso no me importa; acaso son míos; acaso soy autor y productor, actor y músico, director, escenografía y vestuario. Fotografía y maquillaje. Creación personal. Mío, mío, mío. Míos. Por favor les pido…

Ese sueño que no siento desde hace mucho…

Mi pelo, lacio (no tanto), súper-extra-fino, pero con una capa-extra-de-finura y un rubio ceniza que eleva al máximo cada una de sus hormonas que ni les cuento…

La cosa es que cae. Cae, cae, cae. Primero paso una mano (movimiento nervioso), costumbre estúpida, pero ¡Que bien queda! Como dando la impresión de que no importa como esté el pelo aunque si importe como está el pelo. Lo despeino como siempre y agarro los mechones como siempre. Costumbre estúpida ¡Pero que bien… Aunque mi mano no se desliza como siempre (estoy pensando en el otro, el de la ropa), al contrario, se roba, de recuerdo, para completar el cuadro, mechones y mechones de mi pelo rubio ceniza. Azorado, atónito, estupefacto, loco y todo lo demás… pero como siempre, en algún punto, se que estoy soñando lo que sueño (por favor les pido, les suplico de rodillas si es necesario, les beso los pies si también es necesario) lo hago de nuevo y sin sorpresa ahora, mas pelo suelto, de raíz. Suavidad brillosa. Calvicie precoz. Lo hago una vez y otra vez y así hasta agotar la última posibilidad, el último mechón; un desafío inalcanzable que nunca logro superar Insulsa bronca o estúpido alivio. Siempre me doy cuenta que es un sueño y hasta llego a abrir mis ajos antes del último mechón ¿Será por eso que siempre intento llegar al último? ¿Para despertarme? (me han dicho alguna vez por la calle que mi inconsciente parecía bastante inteligente pero nunca lo creí)

Nunca estoy solo, pero las personas que me acompañan no juegan un papel importante en el nudo, el lugar donde está el foco, el centro de mi sueño. No recuerdo mucho más porque hace tiempo ya que… hace tanto que no duermo.

Hace tanto que no siento el pesar de un yunque sobre mis pestañas, que no hablo sin saber de lo que hablo. Hace tanto que mis pupilas sólo encuentran luz y vigilia.

Que placer inexplicable es despertarse exaltado sabiendo mis dientes en su lugar y mi pelo y mi ropa, porque ya estoy pensando el de la ropa; el que ya se, desde hace tiempo, que lo han tenido otros y por eso se los cuento y se los suplico. Porque uno se da cuenta de lo que tiene (o tenía) o tendrá, cuando lo pierde o lo desea. Estúpida moraleja que sólo sirve para ser enterrada y exhumarla cuando lo malo nos ha pasado y enterrarla nuevamente. Estúpida naturaleza.

¡Pero no quiero mis dientes ni mi pelo (ni mi ropa), no, no, no! ¡Quiero perderlos! Quiero entristecerme dormido y alterar el orden. Quiero gritar (en ellos) sin tener voz o correr sin poder avanzar (¡Como si estuviera atado!) como si estuviera atado a algo. O cuando me atacan y no puedo defenderme con el arma que me he dado porque ciego, borroso, no puedo ver a mi oponente. Y cuando despierto ¡Oh! Cuando despierto. Una sensación de alivio me invade. Encuentro, al instante, un sentir placentero en que nadie me ataque y que nadie me ate a nada. Pero hace tanto que no siento ese alivio que me dan ganas de perderlo todo (¡Se que usted lo tiene! Que lo esconde, ahí, entre su almohada y su suspiro, en la oscuridad placentera (o en el día, da lo mismo) y ríe y se regocija, alegre de perderlo todo y la ropa y los dientes y el pelo, porque sabe que eso que sentirá al despertar es hermoso) Entonces le advierto que si usted anda sin ropa por el mugroso colegio (no hay más tiempo para más), si los ha encontrado envueltos en alguna sábana (se me han escapado), si lo ha visto caer del cielo y los tomó sin pensarlo, si siente un diente flojo o su pelo cae, sin sentido, entonces usted es un ladrón y se ha robado mis sueños.

F.L.B. (11/8/07)

miércoles, octubre 24, 2007

Entre las sombras

Para A.T. : Los pesamientos son, a veces, tantos.

Escuché tu llanto desesperado, tu pedido de auxilio, tu esperanza. Corrí a buscarte entre las sombras. Corrí hacia todos lados en la densa oscuridad. Grité tu nombre y tu nombre tantas veces que jamás lo olvidaré. Tome por la espalda a tantos que no eran, seguí buscando, perdido, alguna luz. Me aferré a muchas cosas.

Siempre valió la pena pensarte. Siempre valió la pena mirarte mientras estabas cerca. Siempre pienso que la pena vale, que lo que no vale es la pérdida, la falta innecesaria.

Y pensar que habíamos discutido, que la distancia nos dividió. Pensar que las palabras no llegan tan lejos, que se pierden a los pocos metros y se convierten en polvo, aire o pasan a formar parte de alguna otra cosa, de algo más pequeño quizás. Y pensar que hablamos un día antes, pidiéndonos perdón en silencio, conjugando una disculpa mutua. Pensar que sentí la necesidad de hablarte, de decirte que te quiero y preguntarte como estabas. Pensar que te dijimos que no fueras, sin saberlo, por otras razones. Pensar en lo impensado era tan posible, tan fácil: demasiado fácil para pensarlo.

Esa noche escuché tu llanto desesperado, tu agonía, tu resignación. Escuché cuando caíste y te perdiste entre la masa. Escuché, entre las voces del planeta, tu silencio desgarrador.

Nunca pude encontrarte. Jamás volví a verte sino en escasos recuerdos.

Nunca pude encontrar, tampoco, una razón.

Y entre las sombras de Cromañón, sigo buscando.

F.L.B. (4/7/09)

Paraíso

Este texto fue presentado en un concurso de "Cartas de amor" en abril/mayo del 2007:


Años han pasado desde el último beso, desde ese adiós que me persigue.

Es todo tan confuso. Recuerdo atravesaste mi cuerpo con una lanza. Sangre y risas. Felicidad. Sobre todo risas. También recuerdo tus silencios, tu lejanía, mi tristeza. Y así te fuiste.

¿Yo? Acá estoy sin dudarlo, vomitando las palabras más dulces casi sin pensarlo. Así debe ser. El amor no se dice, no se demuestra, el amor sale solo, se contempla. Miro mi mano escribir. Pluma al tintero y continúa.

Es un pecado mortal estar tan lejos.

Fácil sería decírtelo todo, pero mas fácil sería morir. Hallarte.

¿Acaso el amor no es un nuevo despertar, no es un sueño? ¿Por que no ambos? ¿Por que no el despertar de un sueño? El comienzo de la vida misma y la muerte también. El comienzo y el fin de todas las cosas. Mi principio, tu final. Norte, Sur. Paraíso.

Tu piel conmueve mis ideas y en las noches me desgarro por borrarte. Pero ahí estas sonrisa. Cabello al viento, despeinada…sonrisa.

Travesura onírica, el ideal mismo, la mística de la locura. Sos vos. Te describo y no me alcanza.

Cuanto dolor siento. No estas pero te amo. Dolor hermoso entonces. Dolor cálido. Dolor soportable.

Descubrí que hay una aguja clavada en mi existencia. La bauticé María. No duele y a la vez carcome tanto. Es un amor que me apasiona y me aterra, me sorprende. Río con recuerdos y añoro tu presencia, María. Te espero.

¿Dónde estás si no es a mi lado?... ¿Dónde duermes si no es en mi cama?

Reniego de esas mentiras que me cuentan y que ya no estas y que no vas a volver.

No estoy loco, no. ¿Me escuchas desde algún lado? Siento al eco volver.

El adiós de tus manos, una lágrima. Cabello salvaje enredado entre las mías, otra lágrima. Diosa del amor. María.

Qué imposible que es el mundo. Qué frustrado que me encuentro cuándo ni la lengua ni el habla son capaces de expresar mi tormenta. Mi lluvia con sol: arco iris.

Todo es obsoleto cuando el amor físico no es suficiente, cuando no se contemplan más medios que los pocos que descubrimos para demostrar el amor.

Yo te amo y el decírtelo no me alcanza, pues entonces a vos tampoco te alcanza y hago de cuenta que nada dije.

¿Mis deseos? ¿Cuáles? Solo sueños, pocas certezas, pero un infinito de locura.

Un interminable sabor a tu boca me transporta desde lo mas lejano, desde el mas allá. ¿Acaso no es ahí donde estas ahora? ¿El mas allá?... ¿No es ahí donde duermes?... ¿No es ese el lugar desde donde me ignoras?

María: presencia sensible; piel de gallina. Soy vos. Siento tu viento, lloro cuando te duele y el pelo vuela. Aún así callas cuando te escribo. Tercer carta y silencio, ni siquiera una hoja en blanco.

¿Que es Romeo sin Julieta o el agua sin el fuego? Tan solo la mitad de un todo. Una parte. El extremo de la nada. El lado opuesto del vacío. Estoy incompleto. Soy incompleto.

¿Podrá matarme el amor? ¿Podrá María? ¿Qué me sucede a mi entonces?… ¿Qué papel juego yo si no soy nada por mi mismo?

Extraño mi motor, mi luz, el calor de la vida, la razón de la felicidad.

Te extraño a vos María, a tu parte que me completa.

Mi piel tiembla…vienen las lágrimas…siento frío pero no miedo.

Allá voy infinita dulzura a sonreír con vos para siempre...a completarte…a completarme…paraíso.

F.L.B. (2/07)

Despersonalizado

Para Agustín I.

En este momento estoy muy lejos de mi mismo. Tengo que hacer algo porque no quiero volver. Mi intención no es intención, no es voluntaria. Desaparezco.

No me busquen porque no estoy dentro de mí...

No me busquen en mi cuerpo porque me habré ido. Me alejo, pienso que me alejo y me voy. Dejo de escuchar, de ver, de existir. No me pertenezco.

Soy solo razón: pura, exclusiva, excluyente razón. Me desagrego, me pierdo en la nada del misterio.

No me busquen porque ya estoy lejos y no pienso regresar.

Atravieso laberintos, caminos iguales que se bifurcan en un espacio desierto rodeado de niebla espesa. No hay salida desde donde estoy.

No me busquen porque no sabrán dónde buscarme.

Y si me encuentran, sólo si me encuentran, lamento confesarles: ese no soy yo.


F.L.B. (27/9/07)

Arte Menor

(Inspirado en Mario Gemelli, personaje “Arte Menor”, novela de Betina Gonzalez, ganadora del "Premio Novela Clarín 2006")

Arte menor, sin importancia. Transmisión invisible. Subjetividad impune. Transferencia viva de un pensamiento lejano, corroído en la distancia del tiempo, que todavía respira ínfulas de próceres y misterios.

Sonrisa bohemia que se ahoga en el recuerdo de la ausencia.

Escombros de yeso, diseminados, marcando un paso, una línea, un pedazo crudo de vida en demasía.

Sonrisa austera sobradora de confianza. Monopolio del talento.

Cada una -las amantes- lo recuerda atosigado de flores, despojado de visión, rodeado de troncos o en camas interminables de sábanas tibias, enredadas en promesas y esculturas.

Cada una lo dibuja nuevamente, embelleciéndolo, desdeñándolo.

¿Verdad monumental o memoria entretejida? ¿Verdad universal?

Enamorarse del amor. Amante de una idea, de un pedazo de minuto; un destello de capricho en un océano de historia.

Arte menor, sin importancia: búsqueda de lo simple.

Entre campos de manzanas, escombros de yeso diseminados marcando un paso, una línea, un pedazo crudo de vida en demasía.

F.L.B. (10/7/07)

martes, octubre 23, 2007

Crónica: Election Day

La consigna fué: "Vallan a cualquier lugar, el que se les ocurra y cuenten como se viven las elecciones desde ahí". Lo que salió fué esto:

Para muchos el país hoy está en Capital, pero hoy, justo hoy, el país esta en todos lados, incluso, cruzando las fronteras.

Es un domingo cualquiera: perdió Nalbandian en París, la selección de vóley cayó en Polonia ante Polonia. Los pumas quedaron afuera en semifinales del mundial de seven. Boca va uno a cero abajo en Santa Fe y el día no puede pintar más negro. Ahh, en la Capital hay elecciones pero yo no voto.

Apago la radio antes de que anuncien más víctimas. Me mato con Limp Bizkit por un rato hasta que aparece mi novia quejándose de no se qué y pone el segundo movimiento del concierto para viola de Telemann. Ahora me quejo yo pero me dice que esa música de chicos enojados con sus madres nunca le gustó así que ya no me quejo más.

Son mediados de las 17 y mi Clase Bíblica de las 17,30 está por empezar. Me da miedo salir a la calle y aburrirme rápido así que me digo voy a ir a la reunión general de las 19 y listo. Espero que el Centro de Ayuda Cristiana me ayude. En sus papelitos amarillos prometen que voy a encontrar hoy lo que necesito y que Jesucristo no me discrimina. Esa no es mi preocupación pero por las dudas me lo dicen.

El Movimiento Cristiano y Misionero que reside por ahora en Avellaneda al cuatro mil y pico esta cansado de “promesas mentirosas y plataformas sin sentido”. Me pregunto a quien votaron; ¿Qué encontraron en ese lugar que no pueden encontrar afuera? A la vez me pregunto si alguno es de Boca o si sigue de cerca Rolland Garros. Ni hablar de los Pumas.

Espío desde la ventana de mi departamento y veo que hay movimiento pero Boca acaba de empatar y mi bandera hasta las 18 es azul y oro.

Para mis vecinos de enfrente Jesucristo y la familia son lo más importante en esta sociedad. Yo digo que si hubieran escuchado a mi vieja decir lo que dijo cuando le comenté a dónde iba pensarían dos veces sus consignas.

Entre atajadas, cambios y broncas se hacen las 19. Sin palabras. Meriendo, bajo y cruzo la avenida de mala gana en busca de alguna respuesta coherente a un domingo que no lo es.

Es de noche. El edificio es rosa y se ve todo desde afuera. Paso por la puerta y el miedo no me permite la entrada. Me siento observado y sigo caminando hasta la esquina ¡Qué pelotudo! Un chico desde la entrada me mira y se ríe. No se si lo que ve es algo de todos los días. Pienso que no. Vuelvo sobre mis pasos y entro. El lugar es grande y hay pequeños grupos en ronda tomados de la mano emitiendo sonidos desde lo más profundo de su Jesucristo interior. Me siento atrás de todo listo para hacer preguntas a la salida. Miro a mí alrededor y me doy cuenta de algo: tengo que pasar inadvertido, tengo que participar; no debo hacer preguntas. Me levanto y camino hasta adelante. La determinación de alguien que no soy yo me sienta en la segunda fila, última hilera de la derecha haciendo aire al pasillo que da a la pared. En este lugar veo claro y tengo un espacio provechoso en caso de tener que fugarme al trote. Dios no lo quiera pienso, pero luego veo la cruz enorme delante mío y comprendo la ironía.

El local es un teatro de segunda como los antros del abasto. Telón colorado. Saxo, trompeta, órgano, una Fender blanca que se animará a distorsionar sin ningún reparo, y una batería allá en el fondo. La banda esta compuesta por unos adolescentes rubio ceniza prácticamente iguales que me escanean completo. Las personas llegan y se saludan de toda la vida: todos parecen pertenecer a una gran familia que no comparte lazos de sangre. El staff tiene todo listo justo cuando se me acerca una joven de unos 25 años: toma mi mano y dice bienvenido con cara de quién recibe un metegol para navidad. Se sienta al lado de mi humanidad y comienza la música. La calidez del sonido me resulta atrapante. Me preocupo.

Estoy rodeado: el órgano y la guitarra tocan angelicalmente mientras mi compañera, que hasta ahora venía bien, alza las manos haciendo un looser pero con toda la palma. El gesto se repetirá en todas las personas (Digo: todas las personas) tarde o temprano a lo largo de la noche.

Para esta familia la música lo es todo. Cuando el pastor comienza a cantar me siento sólo ahí adentro. Siento, de manera constante, su interpelación. Mas personas se me acercan, me felicitan, me bendicen y yo gracias de acá y de allá. Encuentro aleluyas, las manos de Dios, glorias, videos cantados, abrazos y familiares de ministerios de Mar del Plata y N.Y. que han venido aquí a dejar su testimonio. Tras una hora me encuentro azorado. Fui a buscar una respuesta a mi domingo, fui a buscar un candidato y estoy rodeado de mujeres que me felicitan y me tocan el brazo, mientras una banda bien ecualizada despliega sus virtudes a través de dos Marshall inmensos colgados en el techo.

El pastor me mira como carne fresca: sus sermones y palabras me chocan con fuerza mientras canto y bailo por miedo a ser desaprobado o a levantar sospechas. Tengo la lapicera y la libreta en el bolsillo y sólo las saco en caso extremo para hilar demasiado fino. Miro de reojo el pasillo a mi derecha y allí, unos 20 metros mas atrás, la salida, y tantas otras cosas.

Me concentro y desconcentro, me dejo llevar y seducir, pero luego soy crítico y duro. El ministro se pisa y deja baches mal tapados, casi como los que hubo y habrá siempre en Capital.

Tras una hora y media me duele la cabeza y la chica de al lado no para de tocarse con los demás, de darse fuerzas y de abrazarse todo el tiempo.

Sube otro pastor, un hermano, familiar, y nos dice que va a leer la Biblia. Con cara de que deje la mía en casa miro alrededor. Por suerte mi compañera compra o se apiada, no lo sé, y con un poco de reticencia como quien no quiere dejar propina, me presta la suya. ¡Ahí está! Una Biblia rota, rayada con lapicera en casi todo su interior, con anotaciones y reflexiones, notas marginales, dibujitos y tachones: un mundo diferente. Una conciencia diferente. Entiendo ahí, mas allá de todo el teatro, la ropa, los estereotipos, mas allá del circo en el que estoy metido, que mi compañera siente un compromiso, busca un cambio, tiene fe en su candidato y su candidato es Dios. Su empresa no es sólo el domingo, no es, como la de muchos, una empresa previa a los comicios. Al contrario, trasciende las promesas y los votos, va mas allá, es una empresa de la fe y la trabaja día tras día, siempre. Su Biblia esta leída y analizada de Este a Oeste, mucho más y mejor que cualquier plataforma política. Para ella Jesucristo es el presente y el futuro de la sociedad. Y para ella, ella tiene razón.

Disimuladamente, mientras todos cierran los ojos por algo, saco mi libreta y copio el versículo del día lo más rápido que puedo: “Jehová, el señor me dio lengua de sabios para saber hablar palabras al cansado. Despertará mañana tras mañana. Despertará mi oído para que oiga como los sabios”.

Mi compañera: la tomo de la mano y con un simple gracias le devuelvo lo que le pertenece. Un gesto de satisfacción la invade en silencio.

De reojo el pasillo está despejado: todos cierran los ojos nuevamente no se muy bien por qué y sin pensarlo mucho aprovecho la oportunidad para pensarme saliendo echando chispas. Del pensar al hacer pasó muy poco tiempo: doy la vuelta y salgo rápido sin mirar a nadie lo cual es tonto porque nadie puede verme. Me invade un miedo de haberlos insultado o algo así pero esas cosas me pasan siempre así que sigo caminando. Al salir a la calle el viento frío en el rostro me devuelve a la realidad. Miro para atrás para ver si han notado la ausencia del chico nuevo y veo que mi compañera se acerca con una sonrisa y cara de que no voy a poder escapar. Resignado, la espero mientras hace señas que sabe que no entiendo. Ya en la calle nada puede pasarme, estoy en mi mundo mientras que ella sale de su iglesia ¿Ya te vas? Hago un gesto con mi celular intentando decir algo más que nada, pero al final nada digo aunque ella entiende que tengo alguna urgencia o algo. Me deja un panfleto igual al que había leído antes de ir. Me comenta un poco algunas cosas que no me acuerdo. Le agradezco con un beso y me da otro. Me pregunta mi nombre. Francisco. Satisfecha continúa el protocolo. Mariel. Me pide que vuelva otro día y me felicita por entrar. Le agradezco nuevamente y actúo un poco incomodo por la situación. Cuando está por irse me saluda con otro beso. Al darse vuelta le pregunto si votó. Me contesta que sí y ansioso como un nene le pregunto a quien. Sí, voté, pero el voto es secreto. Voltea sonriente luego de esquivar sutilmente la pregunta colgada de una palmera que le acabo de patear a quemarropa y se aleja. Vuelve a internarse en su paraíso y no quiero pensar en que pensará de mí.

Cruzo Avellaneda corriendo con el semáforo en verde. Vienen los autos pero ya no me importa más nada, ya no, estoy más allá de todo y con razón. Acabo de ver un mundo que no es el que conocía. Escribo frases sueltas en mi mente mientras subo las escaleras, voy a la compu y escribo todo lo que puedo. No se cuanto tiempo pasa cuando un sonido invade mi pensamiento, me interrumpe, no me deja recordar lo que estaba por escribir. Me paro. Es la radio que, con estática de otro planeta dice desde algún móvil que ganó Macri y que el ballotage es en dos o tres semanas.

Un voto secreto es lo único que pude conseguir de Mariel, mientras un señor con discurso adolescente pero sin mucha idea es la “opción” de los porteños.

Me repito por tercera vez: no hay manera de que este día sea peor.

F.L.B. (3/6/07)

La esperanza

¿Por qué le mientes sutil resoplo del mañana, por qué le dices al costado del oído que alguien vendrá a buscarla, por qué la animas descaradamente, por qué le brindas una luz, una esperanza vacía?


Eran las nueve de la noche, el cielo estaba mas gris que azul, mas gris que negro y las estrellas no podían ni siquiera imaginarse. El camino era de tierra, dura, reseca y las huellas de los camiones enseñaban de manera arbitraria el lugar correcto de paso. A la orilla, el pasto de unos diez centímetros de alto no dejaba ver el agua que reposaba al costado del camino. No era curioso que el camino se encontrara levantado y que a sus costados hubiera una cuneta por donde pasaba el agua. No era nada curioso, después de tantas lluvias en las tierras altas, que las cunetas, ahora en territorio bajo, estuvieran desbordadas. Era pleno Enero y por el lugar, habían pasado veinte días desde la última lluvia. Por el contrario en los altos, el agua parecía sobrar.

María avanzaba despacio, cautelosamente, por el camino. A lo lejos, a un costado lejos, a la derecha del camino, pudo percibir la silueta de un monte que asomaba, tenebroso por entre la noche. En el medio, una luz muy pobre, casi extinta, llamaba la atención sin quererlo.

María sintió un fuerte ruido y un golpe en el motor del auto. Frenó sobresaltada y sintiendo miedo, aunque luego se dirá que fue su instinto, su actuar reflejo, y sin bajarse, se quedó pensativa, mirando el volante, asombrada, contemplando las posibilidades. No entendía lo que había sucedido. Se preguntaba si habría chocado contra algo, un animalito quizás, de esos que se cruzan de tanto en tanto por el camino o si habría roto el motor o si habría pinchado alguna goma. Un momento mas tarde, sin saber cuanto tiempo había transcurrido desde el golpe, María reaccionó. Abrió la guantera buscando la linterna de bolsillo pero ésta, se dio cuenta, no tenía pilas. Casi al mismo tiempo recordó que en el baúl había guardado la otra. Intentó encender el auto pero no hubo caso, no respondía. Había muerto.

Hacía mas de cinco horas que había partido de Mirasoles y hacía poco mas de tres que no avistaba a nadie. La única pista de posible ayuda era, a lo lejos, una tenue luz, casi un punto blanco titubeante en el medio del monte tenebroso. Era difícil calcular la distancia por la noche pero le pareció que no estaba a mas de dos kilómetros. Intentaré resolver esto sola y si no hay caso caminaré los dos kilómetros para buscar ayuda, pensó dudando de su decisión en todo momento, incluso cuando ya la había tomado.

Miró alrededor, quiso dejar las luces del auto encendidas para no quedar a oscuras en el medio de la nada pero no había caso. Bajó. Al abrir la puerta, al mismo tiempo que se incorporaba, deslizó su mano derecha hacia el techo del auto. Luego dio media vuelta y cambió de mano. Caminó hasta la parte trasera sin despegar la mano izquierda del techo, arrastrándola, llevándose en la palma de la mano la tierra áspera de cinco horas de viaje y algunos días más. Al llegar al baúl nuevamente miró alrededor asegurándose de estar sola en el camino. Apenas podía ver. Abrió el baúl y encontró, a simple vista, la llave cruz. Se desilusionó por no haber pinchado una cubierta. Ella sabía cambiar cubiertas de noche: había aprendido. Al costado de la llave cruz, en un estuche negro, estaba la linterna grande, negra, aguardándola. Se alegró de haberla subido al auto al salir de Mirasoles: se sentía orgullosa. Tomó la linterna y cerró el baúl. Al encenderla, la linterna emitió un pequeño destello de luz acompañado de una explosión menos importante. Había fallado. Lo mas probable era que el foco que traía se hubiera quemado pero María no pensó tanto. En el medio del camino desierto, a oscuras, no encontraría repuesto y la otra linterna era demasiado pequeña para armar una entre las dos. María miró nuevamente sobre su hombro, esta vez, de otra manera. Observó cautelosamente, de manera detallada, todo lo que había a su alrededor. No encontró nada que la hiciera temer, pero algo, algo, un sentimiento extraño se apoderó de su piel, de su lado derecho del cuello bajo la oreja, algo, algo la volvió vulnerable. María, sin bajar jamás la guardia se sintió, por primera vez en su vida, completamente sola: a lo lejos, la pequeña lucecita del monte se había apagado.

F.L.B. (29/9/07)

El mundo que grita

"Es el hablar, efecto grande de la racionalidad, que quién no discurre no conversa. Habla, dijo el filósofo, para que te conozca. Comunicas el alma noblemente produciendo conceptuosas imágenes de sí en la mente del que oye, que es propiamente el conversar. No están presentes lo que no se tratan, ni ausentes los que por escritos se comunican. Viven los sabios varones ya pasados y nos hablan cada día en sus eternos escritos, iluminando perennemente lo venidero."

Baltasar Gracián (1601-1658)


Es muy difícil encontrar, en estos lugares, algo de silencio, aún cuando se está completamente solo. La búsqueda es, mas que nada, cansadora: siempre hay algo por decir, siempre hay algo para ser dicho, para entablar una suerte de interacción.

Hay, en muchos lugares, una especie de visto bueno por el hablante. La convención, por lo general, privilegia al mas locuaz: siempre algo por contar o preguntar, algo por decir o comparar o mostrar. Hay un respeto por el que habla, una conciencia –casi siempre inconsciente- del oyente. No hay, sin embargo, una cultura del silencio, una tolerancia mas o menos respetuosa por el callado. No encuentro, en ningún lado, un tributo al mundo que acontece mas allá de las personas que lo viven -o cuentan.

El silencio, parece, asusta fiero.

En todo lo dicho -lo que se dice- siento un detrimento, una pérdida, fuerte, irreparable; en ella, un vaso medio vacío.

Existe el decir barato, el decir pensante, el decir planeado, el actuado, el falso decir. Su antónimo: el callar. Son, desde ya, demasiados decires para un sólo callar ¿Será por eso que el silencio cuesta tanto? ¿Será por eso que es más difícil llegar a él? Incluso, a veces, llego a pensar que está mal visto. Otras, se nota tanto.

La obligación, la única obligación luego de existir, es saber hablar y se premia con aplausos y sonrisas al niño parlante. Los silentes, en cambio, pasan desapercibidos, relegados a una suerte de anti sociabilidad, de autismo premeditado, condenatorio. La excesiva comunicación, para los hombres, parece ser determinante.

Lo obvio: somos seres sociales, y por eso, políticos. Somos seres que interactuamos, sobre todo con el lenguaje. Es nuestra forma de relacionarnos, de participar, de conocernos, de vivir. Pero el lenguaje no es el habla. El ser humano está atravesado por el lenguaje, no sólo en el habla, sino en la mirada, el gesto, el pensamiento, la escritura: un ojo punzante, amenazador, un guiño, una idea de algo o un libro: lenguaje.

La pregunta entonces es casi obvia ¿Por qué el ser humano reduce el lenguaje al habla? En un marco académico podríamos citar a Pierce, Saussure, Bajtin, Jakobson, Todorov, Genette o Barthes, llenarnos la boca con teoría literaria y claramente concluir que esto no es así, que esto no funciona así. Pero en la vida cotidiana, la palabra hablada, dicha, bien o mal pronunciada, cobra vida y una relevancia de dimensiones escandalosas. Y el lenguaje, o lo que queda de él, sufre las consecuencias. El habla no es el lenguaje: las batallas semánticas no son menores.

Un partido de futbol sin relator ni comentarista no nos representa gran cosa. Una fotografía de algún país lejano sin alguna explicación carece de exactitud, una persona que saluda con un gesto es un maleducado. Las convenciones, decía, privilegian al locuaz. Y por eso la tele y no el diario.

La carga simbólica que hoy en día tiene el habla, el decir, es una carga demasiado pesada. Habría que reducirla, repartirla, y ya que está de moda la redistribución, redistribuirla al libro, al gesto, al pensamiento, a la imagen –que también camina con algunos kilos de más. Digo, pensar también es importante. Digo, las personas que piensan también son seres sociales, humanos. Digo, la cultura del oyente no recae sobre la paciencia del que escucha, sino en el exabrupto de quien discurre. Pero esto ya es demasiado, ya que lo que verdaderamente importa aquí es el silencio, el lapsus donde todo converge y se termina, donde todo vuelve a comenzar, el aleph del ser humano y nada mas.

El desayuno no se hizo para charlas, leí hace poco, con alguna sonrisa cómplice, casi voluntaria.

Afirmo, a esta altura que el silencio ha dejado de existir.

Sin embargo, y en oposición a todo, hace tiempo que no escucho ninguna voz, encontrando en ello, tan pequeño, una estúpida satisfacción.

Se dice del silencio que es la ausencia de todo sonido.

He podido escuchar al silencio hace tiempo y sólo por segundos, y les digo, si es que quieren escucharme, que no hay placer mas adictivo, que no hay elíxir mas buscado, que no hay nada mas sublime que encontrar el sutil silencio, en algún pequeño lugar. Nada, desde ese instante, volverá a ser como antes, nada volverá a escucharse tan puro, tan naturalmente bien, tan escaso. Ningún tesoro -ninguno- volverá a brillar tanto, ni ser tan preciado como el silencio absoluto: un oxímoron, un segundo, un momento de nada, de nada de nada.

F.L.B. (11/10/07)