Trabajo para la facu:
Llego al congreso casi sobre la hora; las clásicas vallas blancas están puestas a la vista de todos marcando un perímetro. Dos micros grandes con las puertas cerradas esperan alguna señal de alguien para abrirlas. Dos combis blanco polarizado completan el cuadro. Mas atrás, el escenario está de espaldas al congreso, mientras que la gente está delante, detrás, a los costados, alrededor. Alguien sale a decir que vamos a hacer temblar el congreso, y yo, después de meditarlo un poco, lo dudo. Cinco minutos después todo cambia de color y velocidad: corren, saltan, se chocan, se gritan, se saludan: Los técnicos, un mundo.
Alguien desde alguna parte da el okey y los micros abren celestialmente sus puertas dejando bajar muchos gordos de verdad. Hay gordos gordos que usan remeras para gordos y pantalones para gordos, gordos cuando hablan y cuando se mueven, otros, ríen como gordos. De pronto, me acuerdo de alguien: el espectáculo por momentos me distrajo pero ahora no, ahora la busco entre esos cuerpos pero ella no sale y hago puchero pero me recupero pronto. Creo que puedo vivir sin ella, pero solo lo creo.
Cuando termina el desfile y los ¿fans? les gritan a sus ídolos siempre lo mismo, le doy la vuelta a ese monumento enrejado con su fuente, atrapado ahí, descomunal: hoy parece, es un día de proporciones diferentes. Me paro a un costado del escenario mientras, tonto de mi, la espero nuevamente. Creo que puedo vivir sin ella.
“Vamos a hacer temblar el congreso” dicen por segunda vez por los parlantes y yo empiezo a tomarlo un poco más literal. Me enojo con un chico de 18 con un nene en los hombros porque el enano me patea a quemarropa. El enano sin pensar demasiado sigue pateando pero por lo menos se me pasa el tiempo ¿Podré vivir sin ella?
La gente se arremolina, se pega, algunos gritan, otros se trenzan después se putean: la gente: loca la gente. Parece que ya empieza, se nota en la fiebre y con muchos gritos y aplausos y gemidos y todo de todo, aparece ella. ¿Yo?, me sonrojo.
Tiene un saco de cuero colorado que brilla más que el cuero. Una remera blanca sugerente, apretada, linda, jeans negros y botas altas como para ella. Andrea Politti se ajusta su cinturón ancho, colorado, apretado: lo acomoda, se lo mira, lo baja, lo baja más, sin consuelo lo sube. A Andrea le molesta el cinturón y se le nota. Por momentos me pregunto qué es lo que lleva a alguien a ponerse una prenda que le molesta o no le gusta. Después pienso que es más normal de lo que había pensado. Después dejo de pensar. Andrea grita y todos gritan, Andrea salta y todos saltan, Andrea aplaude y todos aplauden: acá la gente aprende rápido. La mayoría, parece, vino a ver el programa en vivo al congreso: para hacer algo nomás Otros saben que esto es una manera de protestar para que en el congreso sancionen la ley de obesidad, esa que dice que uno no es gordo porque quiere sino porque está enfermo; otros, los menos, son gordos que se emocionan.
Andrea es espontánea y fresca y eso parece gustarle a todos. La gente la sigue, ríe, le grita cosas, y ella besos de acá y de allá.
El día está nublado hasta el hartazgo, y yo, que no quiero ser aguafiestas: “se viene el agua.”
“¡An-dreeeee-a-an-dreeeee-aa!” se siente. Las cámaras, atentas, no se pierden de nada. La conductora que tanto me gusta me dice para que conste que acá, hoy, hay ocho mil personas y que los medios después van a decir que sólo había trescientos, que miren bien. Yo miro bien y sory Andre, pero trescientos no es tan mal número después de todo. También dice que han venido unos expertos de la UBA y que van a medir no se que temblores y que movimientos de la tierra con no se qué máquina. La cosa es que cuando se de la orden hay que saltar para hacer temblar el piso para hacer temblar el congreso para que las lapiceras y la ley de obesidad se junten y se firmen y se envíen y se sancione, promulgue y reglamente y seamos todos felices, y los que no, gordos enfermos. Un plan perfecto y estudiado. Los de la UBA, se nota, son expertos.
Poly dice muchas cosas pero ya no la escucho. Su pelo es liso y ocre, su nariz respingada, ojos que miran bien, una sonrisa puesta. No creo, no imagino poder vivir sin ella.
En el país dicen, hay mas de veinte millones de gordos. En este programa sólo hay diez. En la calle de capital, por el congreso, veo algunos, no tantos mientras pienso lo raro de protestar por algo que no se ve. Supongo que estarán todos en el interior. No sé. Los del programa lloran, piden la ley a cámara, a gritos, a patadas. La cosa es que la piden, la necesitan: todos, y yo creo que también.
Bueno, cuatro tres, dos, uno, a saltar. Disculpen ustedes pero yo no salto. No tengo nada en contra de la ley, pero yo no salto. Mientras todos se matan, alzo los ojos y la veo, derechito ahí, una mano en su cinturón incómodo, la otra dibujando formas en el aire. Sus pies intentan con todas las ganas golpear el piso del escenario, pero la tarima esa está medio floja y sus tacos también. No salta, hace que salta hasta que se cansa y mira con la sonrisa puesta. Somos dos. Alrededor esto es una fiesta: unos corren, otros gritan, otros zapatean malambos, los pocos que saltan lo hacen mal y a destiempo. Los expertos por supuesto dicen que todo va muy bien, que está temblando y muestran en la pantalla enorme una ralla verde horizontal que se mueve y mueve y tiembla como una película de terremotos que vi hace mucho. Pienso: hay que hacer más para la escala Rifter y JiJiJi, pero luego me da vergüenza de mi mismo. Cuando miro de nuevo veo puras ganas de todo.
Andrea agradece medio agitada y se emociona, saluda y sale por atrás. Acá, ahora detrás del escenario, veo pasar las nubes que tanto prometían y nada, después me acuerdo que una vez leí sobre evitar las metáforas baratas.
Doy la vuelta a ver si puedo decirle algo, tirarle un beso, unas flores, un cinturón. Sube a la combi con la sonrisa pegada y sale por Irigoyen favorecida por el semáforo. Corro un poquito contagiado por la gente pero me detengo rápido, río de mi mismo y volteo: ahí, atrás, el congreso estático frío inmutable. Un símbolo de muchas cosas. Está vacío: por ahí se dijo que están todos de campaña y está vacío. Las luces apagadas, persianas a medio abrir, me dan escalofríos. Nunca voy a saber si realmente tembló, pero me hizo temblar a mi y eso no es poca cosa. Pienso en Poly otra vez, y reflexiono: ¡Claro que puedo vivir sin ella! De todas maneras todavía queda la entrevista. Niam Niam.
F.L.B. (10/10/07)