
Ella está ahí, casi sobre la cama, abalanzada sobre lo que era yo hace sólo unos segundos: un trapo asustado; la escucho desnuda, parece que mueve su mano y me llama. Quizá la imagino: “esas dos paredes no van a salvarte” y entonces entiendo que ella también me oye, me ve sin verme, me habla sin mover la puta boca. Ya sin consuelo, oculto mi vergüenza en la oscuridad del cuarto y me acerco hasta dónde creo que está ella.
Entre los dos ya no hay oscuridad, los matices cambian a un gris y blanco, por momentos amarillo. El cuerpo de las personas irradia una luz invisible, una luminosidad que se ve sólo cuando el mundo está completamente negro, es decir, en raras ocasiones. La veo acostarse iluminada, acompañada por el aura que la recubre y que le brota desde adentro. Resignado, camino desde mi rincón hasta el suyo, de la esquina hasta la cama que ahora me parece inmensa. Ya no hay vuelta atrás, no puedo escapar de sus sábanas tan seguras, no puedo escapar. Me acerco, lentamente. Me recibe con sus brazos y hacemos el amor.
F.L.B. 11/8/05
No hay comentarios:
Publicar un comentario