La consigna fué: "Vallan a cualquier lugar, el que se les ocurra y cuenten como se viven las elecciones desde ahí". Lo que salió fué esto:
Para muchos el país hoy está en Capital, pero hoy, justo hoy, el país esta en todos lados, incluso, cruzando las fronteras.
Es un domingo cualquiera: perdió Nalbandian en París, la selección de vóley cayó en Polonia ante Polonia. Los pumas quedaron afuera en semifinales del mundial de seven. Boca va uno a cero abajo en Santa Fe y el día no puede pintar más negro. Ahh, en la Capital hay elecciones pero yo no voto.
Apago la radio antes de que anuncien más víctimas. Me mato con Limp Bizkit por un rato hasta que aparece mi novia quejándose de no se qué y pone el segundo movimiento del concierto para viola de Telemann. Ahora me quejo yo pero me dice que esa música de chicos enojados con sus madres nunca le gustó así que ya no me quejo más.
Son mediados de las 17 y mi Clase Bíblica de las 17,30 está por empezar. Me da miedo salir a la calle y aburrirme rápido así que me digo voy a ir a la reunión general de las 19 y listo. Espero que el Centro de Ayuda Cristiana me ayude. En sus papelitos amarillos prometen que voy a encontrar hoy lo que necesito y que Jesucristo no me discrimina. Esa no es mi preocupación pero por las dudas me lo dicen.
El Movimiento Cristiano y Misionero que reside por ahora en Avellaneda al cuatro mil y pico esta cansado de “promesas mentirosas y plataformas sin sentido”. Me pregunto a quien votaron; ¿Qué encontraron en ese lugar que no pueden encontrar afuera? A la vez me pregunto si alguno es de Boca o si sigue de cerca Rolland Garros. Ni hablar de los Pumas.
Espío desde la ventana de mi departamento y veo que hay movimiento pero Boca acaba de empatar y mi bandera hasta las 18 es azul y oro.
Para mis vecinos de enfrente Jesucristo y la familia son lo más importante en esta sociedad. Yo digo que si hubieran escuchado a mi vieja decir lo que dijo cuando le comenté a dónde iba pensarían dos veces sus consignas.
Entre atajadas, cambios y broncas se hacen las 19. Sin palabras. Meriendo, bajo y cruzo la avenida de mala gana en busca de alguna respuesta coherente a un domingo que no lo es.
Es de noche. El edificio es rosa y se ve todo desde afuera. Paso por la puerta y el miedo no me permite la entrada. Me siento observado y sigo caminando hasta la esquina ¡Qué pelotudo! Un chico desde la entrada me mira y se ríe. No se si lo que ve es algo de todos los días. Pienso que no. Vuelvo sobre mis pasos y entro. El lugar es grande y hay pequeños grupos en ronda tomados de la mano emitiendo sonidos desde lo más profundo de su Jesucristo interior. Me siento atrás de todo listo para hacer preguntas a la salida. Miro a mí alrededor y me doy cuenta de algo: tengo que pasar inadvertido, tengo que participar; no debo hacer preguntas. Me levanto y camino hasta adelante. La determinación de alguien que no soy yo me sienta en la segunda fila, última hilera de la derecha haciendo aire al pasillo que da a la pared. En este lugar veo claro y tengo un espacio provechoso en caso de tener que fugarme al trote. Dios no lo quiera pienso, pero luego veo la cruz enorme delante mío y comprendo la ironía.
El local es un teatro de segunda como los antros del abasto. Telón colorado. Saxo, trompeta, órgano, una Fender blanca que se animará a distorsionar sin ningún reparo, y una batería allá en el fondo. La banda esta compuesta por unos adolescentes rubio ceniza prácticamente iguales que me escanean completo. Las personas llegan y se saludan de toda la vida: todos parecen pertenecer a una gran familia que no comparte lazos de sangre. El staff tiene todo listo justo cuando se me acerca una joven de unos 25 años: toma mi mano y dice bienvenido con cara de quién recibe un metegol para navidad. Se sienta al lado de mi humanidad y comienza la música. La calidez del sonido me resulta atrapante. Me preocupo.
Estoy rodeado: el órgano y la guitarra tocan angelicalmente mientras mi compañera, que hasta ahora venía bien, alza las manos haciendo un looser pero con toda la palma. El gesto se repetirá en todas las personas (Digo: todas las personas) tarde o temprano a lo largo de la noche.
Para esta familia la música lo es todo. Cuando el pastor comienza a cantar me siento sólo ahí adentro. Siento, de manera constante, su interpelación. Mas personas se me acercan, me felicitan, me bendicen y yo gracias de acá y de allá. Encuentro aleluyas, las manos de Dios, glorias, videos cantados, abrazos y familiares de ministerios de Mar del Plata y N.Y. que han venido aquí a dejar su testimonio. Tras una hora me encuentro azorado. Fui a buscar una respuesta a mi domingo, fui a buscar un candidato y estoy rodeado de mujeres que me felicitan y me tocan el brazo, mientras una banda bien ecualizada despliega sus virtudes a través de dos Marshall inmensos colgados en el techo.
El pastor me mira como carne fresca: sus sermones y palabras me chocan con fuerza mientras canto y bailo por miedo a ser desaprobado o a levantar sospechas. Tengo la lapicera y la libreta en el bolsillo y sólo las saco en caso extremo para hilar demasiado fino. Miro de reojo el pasillo a mi derecha y allí, unos 20 metros mas atrás, la salida, y tantas otras cosas.
Me concentro y desconcentro, me dejo llevar y seducir, pero luego soy crítico y duro. El ministro se pisa y deja baches mal tapados, casi como los que hubo y habrá siempre en Capital.
Tras una hora y media me duele la cabeza y la chica de al lado no para de tocarse con los demás, de darse fuerzas y de abrazarse todo el tiempo.
Sube otro pastor, un hermano, familiar, y nos dice que va a leer la Biblia. Con cara de que deje la mía en casa miro alrededor. Por suerte mi compañera compra o se apiada, no lo sé, y con un poco de reticencia como quien no quiere dejar propina, me presta la suya. ¡Ahí está! Una Biblia rota, rayada con lapicera en casi todo su interior, con anotaciones y reflexiones, notas marginales, dibujitos y tachones: un mundo diferente. Una conciencia diferente. Entiendo ahí, mas allá de todo el teatro, la ropa, los estereotipos, mas allá del circo en el que estoy metido, que mi compañera siente un compromiso, busca un cambio, tiene fe en su candidato y su candidato es Dios. Su empresa no es sólo el domingo, no es, como la de muchos, una empresa previa a los comicios. Al contrario, trasciende las promesas y los votos, va mas allá, es una empresa de la fe y la trabaja día tras día, siempre. Su Biblia esta leída y analizada de Este a Oeste, mucho más y mejor que cualquier plataforma política. Para ella Jesucristo es el presente y el futuro de la sociedad. Y para ella, ella tiene razón.
Disimuladamente, mientras todos cierran los ojos por algo, saco mi libreta y copio el versículo del día lo más rápido que puedo: “Jehová, el señor me dio lengua de sabios para saber hablar palabras al cansado. Despertará mañana tras mañana. Despertará mi oído para que oiga como los sabios”.
Mi compañera: la tomo de la mano y con un simple gracias le devuelvo lo que le pertenece. Un gesto de satisfacción la invade en silencio.
De reojo el pasillo está despejado: todos cierran los ojos nuevamente no se muy bien por qué y sin pensarlo mucho aprovecho la oportunidad para pensarme saliendo echando chispas. Del pensar al hacer pasó muy poco tiempo: doy la vuelta y salgo rápido sin mirar a nadie lo cual es tonto porque nadie puede verme. Me invade un miedo de haberlos insultado o algo así pero esas cosas me pasan siempre así que sigo caminando. Al salir a la calle el viento frío en el rostro me devuelve a la realidad. Miro para atrás para ver si han notado la ausencia del chico nuevo y veo que mi compañera se acerca con una sonrisa y cara de que no voy a poder escapar. Resignado, la espero mientras hace señas que sabe que no entiendo. Ya en la calle nada puede pasarme, estoy en mi mundo mientras que ella sale de su iglesia ¿Ya te vas? Hago un gesto con mi celular intentando decir algo más que nada, pero al final nada digo aunque ella entiende que tengo alguna urgencia o algo. Me deja un panfleto igual al que había leído antes de ir. Me comenta un poco algunas cosas que no me acuerdo. Le agradezco con un beso y me da otro. Me pregunta mi nombre. Francisco. Satisfecha continúa el protocolo. Mariel. Me pide que vuelva otro día y me felicita por entrar. Le agradezco nuevamente y actúo un poco incomodo por la situación. Cuando está por irse me saluda con otro beso. Al darse vuelta le pregunto si votó. Me contesta que sí y ansioso como un nene le pregunto a quien. Sí, voté, pero el voto es secreto. Voltea sonriente luego de esquivar sutilmente la pregunta colgada de una palmera que le acabo de patear a quemarropa y se aleja. Vuelve a internarse en su paraíso y no quiero pensar en que pensará de mí.
Cruzo Avellaneda corriendo con el semáforo en verde. Vienen los autos pero ya no me importa más nada, ya no, estoy más allá de todo y con razón. Acabo de ver un mundo que no es el que conocía. Escribo frases sueltas en mi mente mientras subo las escaleras, voy a la compu y escribo todo lo que puedo. No se cuanto tiempo pasa cuando un sonido invade mi pensamiento, me interrumpe, no me deja recordar lo que estaba por escribir. Me paro. Es la radio que, con estática de otro planeta dice desde algún móvil que ganó Macri y que el ballotage es en dos o tres semanas.
Un voto secreto es lo único que pude conseguir de Mariel, mientras un señor con discurso adolescente pero sin mucha idea es la “opción” de los porteños.
Me repito por tercera vez: no hay manera de que este día sea peor.
2 comentarios:
Me gustó mucho. Ingenioso. Te felicito pibe.
Te recomiendo que pruebes algún otro juego similar, se llama World Senate y puedes jugar en https://scwacy.com
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