sábado, julio 11, 2009

Las Manos

Perfume barato con olor a miel.
Jade de los masajes,
De los dedos suaves y la mirada tímida,
Fija hacia el piso,
Pidiendo permiso para respirar.

Que no se saque nada,
Que no pregunte.
Que me toque la espalda con sus dedos de seda
Y me deje dormir sobre su pierna desnuda.
Que me relaje hasta el limbo
Y me deje flotando sobre la aurora boreal del sueño.
Que me deje sentir su perfume barato con olor a miel
Que en una hora me despierte,
Cuando se acabe la música
Y sea tiempo de partir.

Jade de los masajes.

Olvidaré todo menos tus manos,
Menos mi espalda dormida y aliviada,
Menos tu perfume con olor a miel,
O tu pelo de rayos de sol radiante.

Jade de los masajes.

Olvidaré mis sueños prohibidos de la hora que acaba de pasar.
Adiós.
Adiós recuerdo.
Hasta la próxima hora dentro de mil años.
Adiós.

F.L.B. (13/6/09)

sábado, diciembre 13, 2008

Como si fuera cierto

Hay una persona en algún rincón de este cuarto que me busca. Siento un latir, un gemido, algún paso con dudas que se acerca, se aleja de mi, titubeante. Oscuridad y penumbras, sombras que se expanden hasta mis ojos en una negra inmensidad que llamamos noche. Escucho una cortina raspando su piel y me alejo lo más que puedo. Choco con la cama y no oculto mi dolor, subo, me acuesto y trato de mirar. Siento pasos acercarse, ahora, con escalofriante determinación. Una mano acaricia la cama y me corro aún más. Me paro y corro hacia otro lado, quizás, un poco mas seguro, menos expuesto. Me escondo en la esquina de la habitación, como si esas dos paredes que convergen en algún punto pudieran protegerme de algo. No veo nada pero escucho y por eso veo. Los sentidos tan despiertos: escucho, percibo, siento su olor, ese aroma extraño que su cuerpo emana sin quererlo.
Ella está ahí, casi sobre la cama, abalanzada sobre lo que era yo hace sólo unos segundos: un trapo asustado; la escucho desnuda, parece que mueve su mano y me llama. Quizá la imagino: “esas dos paredes no van a salvarte” y entonces entiendo que ella también me oye, me ve sin verme, me habla sin mover la puta boca. Ya sin consuelo, oculto mi vergüenza en la oscuridad del cuarto y me acerco hasta dónde creo que está ella.
Entre los dos ya no hay oscuridad, los matices cambian a un gris y blanco, por momentos amarillo. El cuerpo de las personas irradia una luz invisible, una luminosidad que se ve sólo cuando el mundo está completamente negro, es decir, en raras ocasiones. La veo acostarse iluminada, acompañada por el aura que la recubre y que le brota desde adentro. Resignado, camino desde mi rincón hasta el suyo, de la esquina hasta la cama que ahora me parece inmensa. Ya no hay vuelta atrás, no puedo escapar de sus sábanas tan seguras, no puedo escapar. Me acerco, lentamente. Me recibe con sus brazos y hacemos el amor.


F.L.B. 11/8/05

El reencuentro

Y ahí va ella, en su bici ordinaria de este planeta. Me pasa de largo sin verme y se detiene obligada por un semáforo engreído. Baja su pierna izquierda a la calle para sostenerse mientras aguarda, en posición paciente, el verde para avanzar. Conozco y reconozco su perfil, desencantado por el paso del tiempo. Sin embargo sus prendas son las de siempre: la pollera roja, larga, gastada, la mochila marrón de cuero viejo, deteriorado: todo de este planeta.
Ella era del futuro pero volvió para quedarse en el presente envejecido, con su espontánea simpatía, su amistad perdida y su mente privilegiada. Lo dejó todo por esta vida, haciendo caso a su conciencia, a sus convicciones.
No puedo evitar recordar el momento en que la conocí: era tan del futuro, tan de otro planeta; me parecía inalcanzable, me resultaba fascinante. Ahora la veo muy como el resto, pasando desapercibida, a paso común, enfrentando y viviendo la vida que eligió, tan campante, corajuda y terriblemente alegre.
Y ahí va ella, levantando su pierna hasta alcanzar el pedal resquebrajado, intentando conservar el equilibrio, haciendo girar la corona y el piñón lo más rápido posible, con fuerza, para arrancar la bicicleta y cruzar así la avenida Córdoba. La veo perderse por alguna puerta avejentada, amurada sin convicción en una antigua fachada de la calle Armenia.
No me atrevo a saludarla, y mi colectivo sigue su rumbo.


F.L.B. 16/10/08

domingo, noviembre 23, 2008

Aterrorizado

Cobarde. Me dicen cobarde y yo también.
Cada vez que me animo nace un dolor en mi pecho que se extiende a lo largo, ancho y profundo de mi cuerpo, un dolor como un golpe constante que altera mi pulso y destruye el orden natural de las cosas. Como una patada en el tórax que se roba el aire por minutos enteros. Pierdo el control sobre mi cuerpo, mis manos tiemblan intratables, mis gestos se convierten en un caos, una lluvia de nervios desatados que delatan. La sangre fluye como un río embravecido, el color de mi rostro va cambiando lentamente, en completa sintonía con el calor incontrolable. La transpiración, el olor a miedo. Todo sucede sin que yo lo piense. No hay una orden deliberada ni una intención más o menos premeditada. Las palabras brotan entrecortadas, tímidas, como si la duda que llevo dentro hubiese contaminado hasta el último sonido de la sílaba final. Mi mente viaja a 2000 kilómetros por hora y se adelanta tanto que me pierdo y vuelvo a empezar, a calcular. Demasiado cobarde.
Y entonces no puedo.

F.L.B. 1/11/08

viernes, octubre 03, 2008

Los otros

Me divierte escuchar las charlas de mis vecinos, las discusiones bien o mal argumentadas, el ruido de las cacerolas cuando lavan o bien el sexo desenfrenado contra la pared que bordea la cabecera de mi cama. Me divierte. Como si por momentos la inmensidad del mundo se presentara al otro lado de mi pared. Como si dejara de pensar en mí por un par de segundos. Increíble. Lo curioso es pensar si ellos escuchan lo mismo o lo piensan, si lo sienten como yo. Es gracioso acostarse el jueves a la noche y escuchar como la chica de los jueves de mi vecino escucha por vez primera lo que ha recitado noche tras noche a las chicas de los otros días: mismos comentarios para romper el hielo incómodo, mismos chistes, misma música. Supongo que el mundo será así: una sumatoria de repeticiones que se suceden en el tiempo, esperando que alguien las note, para continuar, como siempre, inmutables ante tal hallazgo.
La chica de los jueves.

Me acostumbré al sonido de la ducha al otro lado de la pared a las seis de la mañana, a la nariz de mi vecina del costado que, parece, le trae muchos problemas. Me acostumbré al mismo ruido de sillones y sillas arrastradas mal levantadas, al zapateo de tacos el sábado por la noche, al silencio total de los lunes. Me acostumbré a la basura de mi vecina de arriba siempre puntual a las 9, cual gallo cantarín.

Me divierte la chica de los jueves. Es casi espontánea y grita mientras habla sin quererlo. El problema es cuando grita de verdad, pero no puedo juzgar la intención desde acá, al otro lado de la pared del ladrillo hueco más hueco de la historia.

Es interesante como la imaginación vuela al reconocer algún sonido, al interpretar algún movimiento, alucinando situaciones desconocidas, sin contexto, entrecortadas.

Me gusta tener vecinos aunque sepa muy poco de ellos. Me gusta saber que están ahí, escuchando, al acecho, esperando ser descubiertos, esperando descubrir, cada uno en el otro, qué es lo que está haciendo. Los imagino demasiado bien: la de al lado una perfecta mitómana, alcohólica sin remedio, arriba una prostituta de mala muerte, el del otro lado un dealer a gatas elegante y poco puntilloso, de medio pelo, que le vende a los mas chicos para comprarse el estéreo que siempre soñó. El de abajo un pelotudo importante, con sus nenes desquiciados y sus dibujitos desquiciados. La parejita de enfrente, tan jóvenes y unidos por ese bebé, estancados en ese departamentito. Me deleito con sus personalidades, con los estereotipos que he creado, con las situaciones inventadas que pueden o no dar en la tecla. Pero ellos son así por más que no lo sean: los he inventado así y así serán.

Las maravillas de este mundo: poder inventarme vecinos.

Uno suele compararse con sus compañeros de piso, pero no hay vuelta que darle, uno siempre es más responsable, más callado, más ordenado, más trabajador.

Nos separan diez centímetros de aire y un poco de pintura vieja. Son, casi, parte importante de mi vida: escriben mi misma historia, pero con otro nombre.

Me gusta escuchar a mis vecinos: es como si dejara de pensar en mí por un momento, como si pudiera volver a empezar diez centímetros del otro lado del ladrillo y darle otro plumazo a la historia.

F.L.B. 24/9/08

Imposible recordar

Memoria: máquina del tiempo indescifrable, cachetazo a la razón. Conjuro caprichoso, huella del olvido: memoria. Lo que se pierde por momentos, lo que regresa campante, de manera inusitada, casi siempre tarde. El consuelo del pensante es saber que sus sentidos todo lo captan. El consuelo del escritor es entender que si su mente le falla, será otro quien escriba sus palabras. Memoria, eso que me falta, eso que me golpeo contra la pared resquebrajada, la causa de mi silencio: memoria. Perezosa, afilada, maldita memoria. La que me deja pagando, la que se lleva el lenguaje, la que no me encuentra.

Destreza de periodista, virtud de historiador, conciencia tranquila.

Acordarse que uno se acordaba, o ni siquiera. Pensar en blanco, empezar de cero, dibujar nuevamente el boceto de la idea, pintar la imagen, un bosquejo, o si siquiera. Usar reglas, ejercitar, pico de pato, oso chiquito, o ni siquiera.
Memoria. Juego de azar.
Futuro incierto, confuso. Pasado entre nubes de niebla. Presente subjetivo. El tiempo es el común de la memoria.

La historia la escriben los que recuerdan o los que inventan. Fracaso imperdonable. Memoria maldita única indiscutida. Memoria de papel, arrugado, sucio, tachado. Ahora la venden en unos envases bien chiquitos: memoria para tirar al techo, cuanto desperdicio.
Memoria del que se fue, del que recién llega de un viaje y de nuevo el tiempo que deteriora el cuadro y borra los verdes paisajes. Vendo fotos para recordar, vendo una idea que me cayó del cielo, que no es mía, vendo un anillo usado ya no me acuerdo por quién, vendo un libro con hojas en blanco, son mis memorias.

¿De quién?

Volvió la luz. Volvió el mundo a su lugar. Volvieron los peces al mar, y yo ya me acuerdo de eso que estaba queriendo olvidar.

F.L.B. 29/9/08

martes, septiembre 23, 2008

No puedo dormir

No puedo dormir.

Me desvela el recuerdo de tus ojos penetrantes, de tus ojos verdes desbocados, salvajes, corruptos.

Ojos que me dicen más que miradas en los míos; que me embisten cual toro desmedido, con su luz terrible, inconfundible, para matarme y matarme tantas veces que ya he perdido la cuenta.

Los pienso y se me ocurre una esmeralda, y si las esmeraldas no son así de verdes, entonces deberían serlo.

Tus ojos me atraviesan, me convierten en un trapo viejo y usado, tus ojos me desean, me conocen, me desnudan, me matan por momentos.

Verde que te quiero, que me estaqueás una mirada, verde que te veo, verde maldito, te deseo.

Tan sólo si tus ojos, si tus ojos, si tu boca repitiera con palabras a tus ojos, si tu boca, si tus ojos no dijeran tantas cosas.

No puedo dormir.

Es como un pequeño paraíso: tu boca, una curva exagerada, una manzana perversa que pide a gritos medio beso, sólo medio, para dejarme destruido sobre el sillón, aturdido, pensando sólo en tu media boca y en tus ojos llenos de flores verdes, acurrucados bajo tu pelo.

Me aturden los recuerdos de tu boca delineada, de tu boca risueña, traviesa, juvenil. Tu boca, la de los mil colores, la que se cierra sin cerrarse dentro del sueño mas profundo, tapada bajo la sábana, al calor de una mirada.

Tus ojos sobrepasan mis ideas. Me superan, me arrancan la vida de un tirón terriblemente involuntario.

El recuerdo de tus ojos no deja que los míos se cierren: no puedo dormir. La culpa es toda mía: yo no debí mirarlos.

F.L.B. 7/8/08

jueves, septiembre 11, 2008

Cursar en la UBA:

Cursar en la UBA hoy es: cagarse de calor en verano porque no hay ventiladores, cagarse de frio en invierno porque no hay estufas ni gas, sentarse en el piso porque no entramos en un aula para 20 ocupada por 50, escuchar a un profesor a 15 metros durante dos horas sin micrófono y con las ventanas rotas que filtran por sus agujeros el ruido de la calle. O, cuando hay micrófono, las radios clandestinas que se acoplan. Que haya una o dos teles, uno o dos enchufes mas o menos “seguros”, que haya un video ¿DVD? ¿Qué es eso? Que no haya computadoras para usar, ni máquinas expendedoras de nada (como en la facultad de derecho, ni hablemos de pileta), que haya una sola persona que se encargue de limpiar los cinco pisos de la facultad a veinte aulas por piso, mas pasillos, mas baños, mas tachos, mas 40.000 que ensucian. Que a los profesores no les paguen ni les aumenten, que se den clases en la calle para protestar, que hace 5 años que prometieron un edificio único para Sociales y todavía siga siendo una vieja fábrica dónde, encima, se dan algunas clases. Que las materias no salgan porque hay pocas ofertas y se llenan rápido los cupos. Que no haya mas ofertas porque no hay mas aulas, porque no hay mas plata para hacerlas, ni para pagarle a los profesores por una comisión nueva. Que haya que esperar hasta 9 horas para rendir un examen final. Que por más que el reglamento lo exija, no haya más de un teórico por materia para tener en cuenta a los chicos que trabajan ni se tomen recuperatorios. Que nadie escuche. Que se diga que la deserción es porque no se quiere estudiar. Que los que trabajan o las madres no tengan prioridad en las inscripciones. Que al final del cuatrimestre te digan que no figurás en la materia que acabás de aprobar. Que los techos se caigan, las paredes sean de ladrillo y haya fierros peligrosos de la vieja fábrica por todos lados. Que no haya ningún matafuego, ni salido de emergencia. Que se llueva todo cuando llueve. Que en la hemeroteca no haya videos. Que tarden 15 días en hacerte un certificado para el trabajo. Que te den una libreta provisoria para anotar las notas, para hacerte una revisación médica que dura un año para poder pedir la libreta nueva –que tarda 6 meses- para después perseguir a los profesores para que te firmen la libreta original si es que todavía están en la facultad si no les cerraros la cátedra o la comisión. Que te pierdan las notas, que no te corrijan, que te puteen, te aprueben o te bochen, a veces, bajo raros fundamentos. Que seas un número más. Que la educación esté como está. Que no haya plata para aprender. Que la gente repita y repita, con los medios, que los chicos no quieren aprender. Y en el medio de todo eso, haya que tratar de aprender algo. Cualquiera que dure ahí mas de dos meses es, creo, porque quiere, tiene, necesita aprender. Y necesita del mayor derecho que tenemos: la universidad pública. Eso que no tiene precio, que todavía no tiene precio. Tenemos derecho a aprender, no a que nos ganen por cansancio. Y sino tenés las privadas y va a pasar lo mismo que con el teléfono, la luz, el gas, los canales de tv, las ondas radioeléctricas, el servicio de salud, etc. Cuidemos lo público, incentivemos la educación, enseñemos a aprender, enseñemos a educar, enseñemos a entender y a no repetir ciegamente, que los chicos no quieren estudiar.

F.L.B. (1/6/08)

martes, agosto 19, 2008

Pavadas mierda

Nada, nada de nada. Me doy vergüenza y me rio de mi mismo. Me detesto, no me entiendo, me contradigo y no encuentro soluciones, creo nuevos problemas, los rompo y los aparto libremente. Me muero. Me muero por dentro. Sin remedio. Sin final, sin ninguna respuesta posible, mas que la que me estoy dando en este momento, ahora, ya, en este momento. Ahora.

Mi cuerpo trafica con mi alma, la vende y revende, la regala, todos los días, una y otra vez, una y otra vez. Siempre.

Por dentro ya nada me responde, como si nada hubiese, como si nada importase demasiado ¿Vivo? ¿Qué es estar vivo? Vivito y coleando, vivito, ja, y coleando. Como si respirar fuese estar vivo, como si caminar lo fuese. Como si las viejas antinomias se hubiesen hecho presente una vez más. Como siempre, otra vez, otra vez, una más, como siempre. Siempre. La víbora, la manzana, el fruto prohibido. Vivito y coleando, ja, así me siento, vivito, ja, y coleando. Como si de verdad estuviese vivo.

Me muero por dentro. Sin remedio.

Escucho la plenitud golpeando en la puerta del vecino. Escucho a la esperanza y a la felicidad adornar el camino de los hombres, libres, soberanos -¿Vivos?

Escucho la poesía en el rasqueteo de una rama contra el soplo del viento, como si estuviese vivo. Como si no sintiese que me estoy muriendo, de a poco, de a ratitos cortos, que me muero les digo, que me matan.

Se los estoy diciendo ¿Qué es estar vivo? Acaso saber, acaso pensar, acaso sentir el pinchazo fino y profundo de una aguja, o el ocaso de todos los días pero siempre un poco diferente, un poco mas nuevo cada vez, acaso estar vivo es creer que creemos, acaso es hablar. Les digo que me muero, sin remedio, sin final.

Pero les digo que me muero porque me muero sin morirme, lentamente, despacito diría yo, tan despacito que ni se siente. Me muero cuando dejo de pensar y sólo repito, cuando dejo de escribir y sólo pienso, me muero cuando razono y no siento o cuando siento de manera irracional, me muero cuando escucho el rasqueteo de una rama contra el soplo del viento, cuando me dicen algo, cuando duermo y sueño mi fracaso. Me muero cuando continúo en pié ¿Vivo? No sé, pero continúo en pié, me muero cuando entiendo demasiado, cuando ya sé lo que viene, me muero les digo, me matan de a granitos de arena, me consumen, como al tiempo.

No sé, no sé, pero cada vez me gusta mas la oscuridad, de a ratos, de a poco, cada vez, siempre, la oscuridad. La noche, cuna de lo constante: atrapa la duda, el temblor, el gesto de la boca temerosa, el sabor de la muerte. La noche: maldita ausencia de la luz, bendita muerte sin sosiego, la noche, oscuridad interminable, campo abierto antojado de negro, niebla y rocío sin botas. Le sienta bien a la muerte: la noche.

La muerte es un concepto acompañado por un algo que se ve -o se deja de ver: el cuerpo. Mi muerte es otra cosa, es la pena indiscriminada, las contradicciones entre el riñón y el apéndice, entre el pulmón y la vejiga, el día y la noche. Mi muerte es el no saber, el no hacer, el no entender. Mi muerte es el crecer sin crecer, el nacer sin razón, el morir sin perdurar.

Mi muerte es mi nube llena de agua en una tarde sin techo, mi tormenta, mis miedos.

Mi muerte y yo, peleando hasta la muerte, luchando, sacándonos los ojos, boxeando desde el piso, día tras día, batalla tras batalla.

Yo pido que no me mate, que imploren y velen por el fracaso de mi muerte. Yo pido vivir un poco más, un tiempito más, aunque sea para no morirme del todo, para morirme menos o un poco más despacio. No sé.

Estoy muerto por dentro, me muero, sin final, sin remedio entre mis manos. Me muero, y si me muero, entonces no quiero vivir. Me matan les digo, me matan por dentro, sin remedio, sin final. Les digo que me matan.

F.L.B. (16/7/08)

Me acordaba

Anoche pensaba en la escalera de mi casa. Redonda, sin final. Pensaba en la baranda de mármol rajado atornillada a la pared. Sentía mi mano aferrarse a la baranda arrastrando tierra muy vieja que nunca llegó a limpiarse. Pensaba o me acordaba, no se, quizás acordarse también es inventar un poco, moldear la historia a gusto, recordarla como nos gustaría recordarla. A veces nos dicen o nos muestran la historia o el pasado como una constante, como algo que pasó, donde no podemos echar mano debiendo cumplir siempre el papel de un narrador discreto, pasivo, si es que se puede. La historia es otra cosa. La historia es dar otro plumazo, es escribirla mientras se recuerda. Es, pienso, un ida y vuelta, sí, ya lo creo. La historia es un mano a mano, una suerte de penales, y hay que ser bueno para ganarle a la historia.

Hay que interactuar con el recuerdo.

Me acordaba o me inventaba, ya no sé, una escalera redonda, creo que interminable a simple vista. Es casi obvio que la escalera en algún punto debe concluir. Digo: de nada sirve un medio que conecta dos puntos si nunca puede llegarse a alguno de los dos puntos que el medio conecta o dice conectar. Bueno, es discutible. La cosa es que parecía infinita, pero no. Cuando uno se paraba debajo, al pié del primer escalón y miraba hacia arriba, la vista jugaba malas pasadas. Las personas se perdían en la vista, en la imagen que la escalera ofrecía. De todas maneras bien sabían donde comenzaba y donde concluía cada uno de los escalones. Redonda dije, un escalón blanco casi gris con las vetas bien marcadas, otro igual, y así para arriba. Nunca los conté. Me pasó que empezaba desde abajo y a cada paso, a cada nuevo escalón le enchufaba un número, preferiblemente en orden para hacer más organizada la cosa. Me distraía. No me olvidaba, no sucedía tan rápido, simplemente desviaba la mirada, maravillado con las vetas o la baranda, o la mugre de mis manos, no sé, pero seguía contando, cual autómata mientras mi mente, bien disciplinada, continuaba ambas tareas. Me acordaba de las molduras en la base de la baranda, de la forma de cada una de ellas. El problema de la distracción es que uno se concentra demasiado. Me pasaba algo curioso: cuando me daba cuenta de que mi mente continuaba contando los escalones de manera correcta, instantáneamente, perdía la cuenta. El número se borraba de mi cabeza y afluían cinco o seis números parecidos, conmutables, anagramas de los anteriores. La labor me resultaba un desafío. Jamás pude vencer esa escalera. Bueno, no lo sé, quizás si recuerdo la historia bien, pueda vencerla la próxima vez. No importa demasiado.

La fría escalera de mármol, tan fría que en el invierno trataba de evitar la baranda, y bajaba lentamente haciendo equilibrio entre las curvas, las molduras y los escalones. No es tan fácil bajar una escalera redonda, resbaladiza, sin una baranda que muestre el camino exacto, el movimiento justo. La escalera de mi casa era fascista. Un monumento al autoritarismo. Era un descomunal monumento, frío, imponente, desconfiado. Ahora creo recordar el miedo que me infundía. Esa cosa de ser el único camino posible al primer piso, la única opción. Si uno quería subir, inevitablemente tenía que pasar por el mármol, blanco, gris, frío, descomunal. Pero uno se acostumbra y las cosas, con el tiempo, pierden el horror que en sus comienzos causaron. El tiempo pasa, y quizás alguna noche uno se acuerda y ahora sí, entiende tantas cosas.

F.L.B. (7/8/08)

lunes, agosto 18, 2008

Artículo

Esta nota fue publicada en la contratapa del diario Crítica de la Argentina el Viernes 15/8/08 por Martín Caparrós. Personalmente la recomiendo, es de lectura fácil y rápida -para los apurados.

viernes, agosto 01, 2008

Concurso

CONCURSO EDITORIAL HYLAS:
Invita a presentar textos inéditos – géneros: prosa y poesía - , tema libre. Entre las obras recibidas se realizará una selección para editar una antología de tipo cooperativo.
Al autor que figure primero en el proceso de selección se le otorgará la posibilidad de publicar una obra breve sin cargo.
Condiciones de presentación: Podrán enviar dos poesías máximo 28 líneas cada una y / o dos textos en prosa máximo 120 líneas en total.
La presentación de las obras se hará en hoja A4, tamaño de letra 12 a doble espacio en una sola cara del papel, los textos que no reúnan dichas condiciones serán eliminados.
Enviar datos personales completos.La inscripción es gratuita.El Concurso puede ser considerado desierto si el número o el nivel de las obras no responde a las necesidades de la edición.
Las decisiones de los organizadores serán inapelables.
Lugar de recepción de las obras por correo postal a: José León Cabezón 2652 Piso 1° Dpto. “6” Código Postal: 1419 Localidad: Ciudad Autónoma de Buenos Aires
FECHA CIERRE RECEPCIÓN: 21 de septiembre de 2008
Editorial Hylas
Grax!!!

miércoles, julio 09, 2008

La frente en alto o el sabor de la derrota

Saca la lengua para mojarse los labios, se relame, lo saborea. Acusa un golpe, un tajo feo en la parte de adentro de la boca. Tiene sangre entre los dientes pero sigue. Lo siente venir, la lengua tocando el labio inferior, un gesto de cansancio. La mirada perdida, brazos en jarra, buscando, sintiendo cuándo vendrá como un viejo lobo. Sabe que falta poco, se mueve en el pasto, corre para un lado y vuelve sobre sus pasos. Lo siguen su sombra y un defensor. El hambre de gol le sube por el pecho, ya casi, Palermo da dos pasos hacia atrás, el defensor lo pierde y después de un centro pasado conecta, de cabeza, el primer gol de boca. Gol, pero de Boca, que no es lo mismo que un gol.

Boca Juniors es el último campeón de la Copa Libertadores de América. El Fluminense es un equipo de medio pelo brasilero que ahora, parece, se convirtió en un rival.

Los equipos salen a la cancha y el estadio lleno se convierte en humo. Una fiesta como pocas, una final adelantada. No se ve nada, pero se siente tanto. Silbidos para Boca, fotos y bengalas para el local, el anfitrión, el Fluminense: la tranquilidad de jugar en casa.

Boca tiene que ganar el partido por muchas razones: porque en la Bombonera empataron 2 a 2, porque necesita llegar a la final para ser campeón y porque es Boca y Boca tiene que ganar, siempre.

Un foul que no fué, un tiro libre del Flu y el partido se pone 1 a 1. Un contrataque del local, la pelota le rebota a Ibarra dejando mal parado a Migliore y se mete hasta el fondo de la red, la mala suerte y el Flu gana dos a uno. Palacios, cansado, la pierde en el área de Boca a minutos del final y el Fluminense mete el 3 a 1.

Podrá decirse que quedó afuera, que perdió. Me paro, grito, aplaudo, me cabreo.

Veo jugar a Boca, pelearla en la cancha, ganar en la cancha, no así en el marcador. Ganar en todos los aspectos: ataques, llegadas, presión, desbordes, experiencia, historia, jugadores. Ganó, pero perdió.

Un campeón tiene que saber, además, como perder: perder con autoridad, perder ganando. Hace mucho que no veo un equipo jugar así -hace tanto.

Terminó el partido y se miran, se saludan, se aplauden. Los jugadores no entienden porque saben que se les escapó el partido, quedaron afuera, pero sienten que ganaron.

La diferencia entre saber y sentir: la eterna diferencia.

Palermo, boca abierta, a puro labio lastimado y piernas que no pueden más, anima a sus compañeros, los palmea y los aplaude, les dice “vamos ché”. Riquelme se va empujando a un fotógrafo, siendo, quizás, el más desilusionado. Palacios, Dátolo, Bataglia, Cáceres, Paletta, Migliore, Chávez: la frente firme mirando la hinchada, allá arriba, en la bandeja alta del Morumbí, un estadio de otro mundo, de otra historia.

Saber que la hinchada sabe, que entiende con mirada cómplice y sin reproches que el fútbol es así y que hay días que no se puede.

Aplausos.

Cuando ya pasó el festejo los del Flu miran de reojo, entre líneas, las espaldas xeneixes sin consuelo. Los aprehenden y aprenden, los entienden, los respetan. Algunos se acercan, saludan nuevamente, otros cambian camisetas: un símbolo de muchas cosas. El honor en la epopeya.

Los de Boca empiezan a irse, la hinchada que no, que aplaude, los de Boca que se van hasta el vestuario, porque es lo que corresponde.

Aplausos.

Un paso al costado, permiso señores, los campeones se retiran derrotados, con la herida abierta, sangrando a flor de piel.

Aplausos.

Caras tibias pasan por la manga, pálidas, contrariadas, no se entiende.

La camiseta muchas veces te da un respiro, una bocanada de aire para continuar y pasar el sofocón, el ahogo prematuro; otras veces te da un par nuevo de piernas cuando las viejas no responden. La camiseta -y todo lo que conlleva: eso que también importa cuando no se puede más. Y que eso, a veces, tampoco alcance.

La camiseta de Boca da, entre otras cosas, una enorme responsabilidad: ganar aún perdiendo, jugar como un campeón, siempre.

Boca 1, Fluminense 3.

El elefante ha caído. Yo me pongo de pié y aplaudo.

F.L.B. (12/6/08)

domingo, junio 29, 2008

La historia de los que no

Me abro paso en el llano silencio de una avenida de Buenos Aires. Es doble mano, con una plazoleta ancha en el medio complementada por algunos juegos para niños, árboles y caminos para los demás. Es de noche, tarde, casi 2 de la mañana. Sigo la ruta, un paso tras otro, siempre derecho hasta algún lado, intentando llegar a casa. La calle está vacía, no hay ruido, sólo un viento que lastima la cara y los oídos, un viento que silba duro para hacer más romántica la escena. Mientras la niebla, liviana y permanente, cae sobre esta parte de la ciudad, todos, parece, duermen lindo: me parece bien, digo, son las 2 de la mañana.

La calle -decía- está vacía: ni un alma, nadie para mirar y nadie que me mire. Escucho sólo mis pasos y eso, a veces, asusta. El miedo es una persona más, alguien que está presente, detrás, delante, escondido bajo una planta o en medio de la calle. Desconocido aterrador. Allá, ahí, atrás, date vuelta, otra vez, cruzá, mirá la vereda de enfrente, cuidado con las voces. El miedo es transparente, no se ve ni se toca, aunque se hace sentir. La facilidad para sentir miedo, la idea del miedo, el miedo en sí, la búsqueda del miedo: una construcción, para algunos, provechosa. Y sino, leelo a Peña y vas a ver.

Esta noche el mundo pretende que ha dejado de ser mundo, y todo lo que eso quiere decir. Tranquilo. Tranquilidad. El miedo se fue a dormir. Está bien, digo, son las 2 de la mañana.

En los paliers de los edificios mas caros, algunos muchachos de seguridad fuman el día que pasó mientras miran las cámaras blanco y negro o lo que queda de la tele de hoy para mantenerse despiertos, en guardia. Sin miedo. Después de caminar mucho por esa avenida cruzo, de frente, un banco de plaza ocupado por dos jóvenes bien abrigados. No es para menos, el frío se siente, ahora, dentro de uno. Uno fuma, inclinado hacia adelante, en silencio; el otro lo mira y algo piensa, sin embargo, nada dice: algo está pensando. Y aunque quiero, no me detengo a preguntarle qué es. Cuando llego a Cabildo doblo pegado a la esquina y me topo con un muchacho que también dobla y se sorprende tanto como yo. Miedo. Casi nos chocamos. Nos esquivamos escuchando el roce de nuestras camperas, sí, así de cerca. Nos esquivamos decía, y seguimos con nuestra vida. De eso se trata, de seguir con nuestras vidas, fumando, pensando, mirando lo que queda de la tele o caminando, tratando de ir hacia algún lado, tratando de no tener miedo. Al doblar en esa esquina el escenario cambia, es decir, vuelve a la normalidad. La ciudad nos recuerda, de tanto en tanto, que todavía estamos acá: las bocinas vuelven a escucharse, los autos pasando rápido por la avenida, el colorido luminoso de los carteles, los bultos acobachados en las entradas de los bancos o negocios, tapados únicamente por estrellas o por nubes húmedas que devienen frío, crudo frío y una noche más lejos de casa.

“De eso se trata todo acá, de seguir con nuestras vidas.” Já.

Uno de los bultos está de pié intentando prender un cigarrillo o lo que queda de él; el mundo, a su alrededor, nunca se detuvo. Lo peor, lo peor de todo, es acostumbrarse: a verlos un día más -otro día más-, a aceptar la realidad, a hacer de cuenta que no están, que no existen. Miedo. Miedo al otro. Al costado, casi como broma pesada, hay un afiche que muestra jóvenes exitosos con sonrisas blancas y traje azulino invitando al éxito total. La publicidad y la mentira: encontrá las siete diferencias si podes.

Sigo por Cabildo tratando de pensar en algo más. No puede acabar todo ahí en esa estúpida publicidad, en ese contraste asqueroso. Me niego a aceptarlo, tiene que haber algo más, algo más, algo más.

Camino un poco, camino, doblo, doblo de nuevo y llego a la puerta del edificio de mi casa. La calle parece vacía, otra vez. Son las 2 de la mañana y está bien. Enfrente, detrás de un árbol a mis espaldas, aparece: una joven pasea un perro de esos chiquitos que siempre están enojados, de esos que denuncian desaforados la más mínima sospecha, de esos que son demasiado perros, una exageración, para tan pequeño tamaño. La joven, con un gorro negro de lana y bufanda roja lo contiene con su voz y con la correa por si la voz falla. La voz, a veces, falla. No puedo ver su cara. Mientras meto la llave en el cerrojo siento que se va con su perrito bravo, no la miro, pero siento que se escapa, de nuevo, como todo ¿De eso se trata?

Sería mejor quizás volver todo atrás, sobre mis pasos y quedarme con los bultos acobachados, hacerles alguna pregunta y volverme contento, pensando que mañana alguien va a leer lo que tuvieron para decir, que alguien los va a tener que leer, lamentablemente, por imposición mía. Mientras me voy a dormir pienso que no es justo para los acobachados que yo obligue a nadie a escuchar sus voces. Pero no porque no sea la manera, sino porque no hay peor sordo: lo que se ve, -lo que vemos todos los días aunque hagamos de cuenta que no lo vemos- a veces, no necesita intermediarios sino que habla por sí mismo.

“El mundo, a su alrededor nunca se detuvo.”

De eso se trata todo. La dejo picando.
F.L.B. (24/06/08)

viernes, junio 06, 2008

Personificación

Tus líneas me seducen,

Tan perfectas.

Tus arrugas sutiles acarician el costado de mi mano.

Tus borrones,

Librados al azar del universo.

Una suavidad de terciopelo te define,

Te recubre,

Por todos tus lados,

Inciertos,

Inseparables.

Tu blancura imposible,

Virgen,

Espera alguna idea,

Algún comentario desencantado, de medio falso poeta.

Prefiero mirarte fijo sin verte.

Tenerte ahí,

Cerca,

Al alcance de mi mano,

Y esperarte,

Esperarnos,

Pero esperándonos.

Y cuando estemos listos,

Sí, entonces,

Sólo cuando estemos listos,

Los dos,

Corromper tu ilimitada perfección,

Destruir tu pureza desmedida,

Arrancarte de un tirón la vida,

Y escribir, ahora sí,

En vos,

Algún poema para alguien.

F.L.B. (24/4/08)

¡San Lorenza de Alma…Palermo (x3?)!

Estábamos Yo, él, el otro y el otro. El otro que estaba se fué para no manchar sus blancuscas prendas con sangre o su conciencia quizás, no sé. Lo que importa es que estábamos ahí, entrando con todavía, un poco de decisión. No terminamos de entrar que estábamos afuera, ahora sí, sabiendo algo: queríamos estar afuera ¿Sí? Creo que sí. No importa.

Llamamos al santo patrono de algo pensando que la camiseta no importaba mucho, al contrario, era mejor si no estaba ahí, en lugar de eso que debería estar ahí, naturalmente, por definición.

Las condiciones estaban dadas ¿Las condiciones estaban dadas? Cuando las condiciones están dadas, igual, a veces, puede ser que no ¡Que no dije! Ok. Hablemos por teléfono entonces. Ja.

Estábamos Yo, el, el otro y el otro hablando por teléfono, los cuatro, escuchando por teléfono a San Lorenza. Pudo ser mejor: siempre puede ser mejor. Puede. Mañana será otro día., me fuí pensando en el colectivo. ¿Las condiciones estaban dadas? Parece que no.

Hasta mañana.


F.L.B. (22/05/08)

domingo, febrero 10, 2008

Imposible no llevarme conmigo el viento

Si cada ola fuera una piedra, si cada piedra fuera un pájaro, si cada pájaro fuera un granito de arena, si cada granito de arena fuera una ola, si cada ola fuera un pensamiento, entonces estaría conmigo en Mar del Plata.


F.L.B. (12/2/08)

miércoles, enero 16, 2008

Viajes a Saladillo

8/09/07

Me encuentro en mis viajes, con una búsqueda constante, una historia perdida; alguna estructura invisible detrás de kilómetros y kilómetros de niebla.

Hay tanto, pero mas bien oculto. Tanto demasiado perfecto. La vista ensaya matices, colores casi, sin terminar. Son ciento ochenta y cuatro kilómetros de gris, montes con su lucecita única, luciérnaga inmóvil.

Las primeras estrellas se ven desde hace rato.

Ahora el micro para y nada me parece asombroso.

Cuando cae la noche los lugares dejan de existir, y yo desentono.

Desde adentro, desde el ventanón y la butaca coche cama el paisaje se muestra como un fresco recién pintado, no me pertenece.

Cada viaje que pasa siento que algo me pierde, que algo no me encuentra; lo busco pero no me encuentra. Detesto perder el tiempo.

Ser fugitivo no es lo que esperaba.

F.L.B. (8/9/07)

viernes, enero 11, 2008

¡Madre Mía!

Madrecita, madrecita mía virgencita de mi alma y mi vida de mi corazón virgencita madrecita que nos has creado y dejado acá para siempre hasta la muerte hasta que la muerte nos separe y nos lleve con vos con el alma pura si es pura y hasta el cielo y mas allá madrecita madrecita mía tuya mi virgencita de todos y mía porque yo te hablo y te pido que bendigas a todos los que te piden que bendigas y los que no los que te llaman y los que no los que te somos fieles y los que no entonces no porque yo me tomo el trabajo me hago el tiempo madrecita mía solo mía porque me hago el espacio y descuido las cosas para hablarte y contarte y pedirte pero no pedirte mucho. Entonces todos no todos es mucho pedir porque no se lo merecen, mejor algunos los fieles servidores siervos, esclavos no, porque lo hacemos de fé de fuerza de voluntad con sacrificio y determinación con temple esperanza con organización y sincronía porque así sólo es como se puede como se debe porque así lo exiges madrecita mía así es como lo hizo él cargando con ese peso hasta allá arriba, sacrificio, con su espalda con sangre y su frente lastimada entonces lo que me pides no es nada no es nada descuidar a todo y a todos y a todo lo que tengo por vos no es nada no no virgencita no es mucho creer que me escuchas porque sólo un loco pensaría que no estás y que no existes sólo un tonto diría que los fantasmas y que el alma y que los milagros no sólo un ciego podría cuestionar sólo uno que no merece nada de vos y yo que tanto hago entonces tanto merezco tanto tendría que tener y tan poco tengo tan infeliz ¿Por qué mi infelicidad ehh por qué madrecita mía de mi alma que me diste la vida porque la tristeza entonces y las ganas de dejar de vivir por qué las preguntas que te hago madrecita si yo creo tanto y tanto que te dedico todo y mi vida es para vos porque estoy sentada a los pies de la cama mientras otros ríen en sus tragos largos o en su incredulidad en su ignorancia en su facilidad constante? Que fácil que es no creer virgencita madrecita, que tan fácil es no creer en nada y vivir tranquilo pero yo no yo no hago nada fácil yo estoy acá por vos creyendo en vos dejando mi vida y mis anhelos mis esperanzas dejando mi todo. Ohh blasfemias tan escépticos todos y yo acá creyendote y pidiendote por ellos los que no te merecen que no merecen ni pensarte ni cuestionarte ellos virgencita que sólo merecen morir dales la muerte dales todo lo que se merecen que los partan los rayos en mil pedazos madrecita porque no debes permitir que tu reino se acabe porque sino mi tiempo estaría tan malgastado, les partiría el cuello madrecita, mi vida perdería el sentido que tiene que le das vos virgencita por culpa de ellos tienes que terminarlos exterminarlos para siempre terminarlos virgencita porque él creyó que todo esto era posible y ahora se hace tan difícil mantenerse a flote y en pié con tanto peso madrecita madrecita mía y sólo mía y de nadie más porque sólo yo te merezco a tí porque yo sólo yo te creo y me debes tanto a mí que deberías rezarme tu que deberías pedirme tu que deberías llorarme tu mi vida madrecita madrecita…virgencita…¿Virgencita?...¿Dónde estás?...no te escucho..


F.L.B. (03/1/08)

martes, enero 08, 2008

En la mercería

-¿Me das un cierre diente de elefante?
-No, se llama diente de perro ¿Le doy un cierre diente de perro?
-Bueno, sí, un cierre diente de perro por favor.

-¿Me das un cierre diente de león?
-Sí, ya se lo traigo señora, pero acá le decimos diente de perro.
-Sí, bueno, eso.

-¿Me das un cierre diente de caballo?
-Sí, ya se lo doy.

La comunicación se establece, a veces, por cansancio...

viernes, diciembre 28, 2007

El estigma

El niño de paja corre todo niño todo paja, todo velocidad pensando en cosas que no importan hasta chocar con un hombre no de paja, un hombre, un noniño que está quieto y saltan las virutas las esquirlas los dobleces de jirones de trapo de alambre y las migas de pan. El hombre noniño se sacude el traje azulgris que limpio limpio traía y mofando con un soplido, bocanada de aire, resoplando el aire, haciendo como un toro pero siendo un hombre, un noniño no de paja resopla. Tanto tanto que el niño de paja lo mira con los ojos de paja pero no de paja sino de niño de paja, ojos de cartón o madera ojos que miran al hombre y le dicen miradas mas que cosas cosas mas o menos le dice y el hombre no lo entiende porque es un noniño no de paja que no entiende ese lenguaje de niño en velocidad y parece enojado el hombre gordo de saco noniño enojado se enoja y camina enojado. Cuando el hombre sigue caminando el niño lo toma del brazo con su mano de madera que resbala y no lo toma pero lo intenta y algo hace porque el hombre noniño se voltea y ahora mira entendiendo menos que antes y antes no entendía nada. El niño le dice que él es un niño y que es de paja y que su saco es solo un saco pero que él, él es un niño de paja y es un niño que será un hombre algún día y que siempre será de paja y eso no lo asusta. El hombre noniño ríe y mete su mano de carne mete la mano en el bolsillo su mano de hueso y carne y saca un fósforo pequeño de madera con la cabeza roja roja y lo prende y se lo tira al niño de paja que grita y grita y corre sin poder parar ni pensar en nada sin pensar niño de paja que va en velocidad por la calle chocándose todo lo que hay a su paso, bomba de fuego de paja de niño encendida por la acera del costado de la calle muy transitada. El hombre ríe a carcajadas y es tan noniño tan reidor de niño de paja en llamas. Y el niño cae cae al suelo hecho cenizas, sin mas velocidad sin mas llamas que consuman lo que ya no está, lo que era, se esfumó. La gente que le pasa por los costados pasa pasa y no lo ven al niño pobre de paja cenizas no ven las cenizas de lo que era un niño de paja, sólo otros niños de paja se le acercan de paja niños y lloran al quemado, tratan de juntar las cenizas niños pero eran tan pequeñas y tan cenizas que volaban y cubrían todo lo que había por doquier y por cualquier parte doquier, alrededor en todo el mundo. Al instante el hombre noniño gordo piensa y se sonríe como hombre gordo noniño, piensa que con esos niños no hay futuro y se sonríe piensa, se sonríe, el hombre no niño de esta sociedad sin futuro.

F.L.B. (28/11/07)

lunes, diciembre 17, 2007

El regreso

Mastico el cigarrillo con alguna idea. Encuentro pocas respuestas para borrarlo de mi vida y si no resuelvo algo pronto, temo su presencia me consuma, como el humo que se escapa ante mi vida inconclusa.

Pensaba que ya no iba a verlo nunca más, que ya no iba a tener que sentir su aliento crudo, violento, verde. Imaginaba -alucinaba- un momento de paz en mi vida, un porvenir tranquilo, suave, calmo, como todo lo que pasé esta semana, sentado en la hamaca mirando la playa, las olas romper sin ningún reparo contra la arena del fondo. Rodeado de médanos sin fin, un viento tenue, cálido, que resopla sin que se sienta demasiado. El calor del verano en la playa, seco y pegajoso a la vez. Mi casa un poco abandonada, con lo justo y necesario, cumple la función: el refugio. La soledad me rodea en mi hamaca de tela marfil, gruesa para mi gusto, pero cómoda al fin.

Me prometía a mí mismo mentiras que no podría cumplir pero no importaba, porque él ya no estaba y podía darme el lujo de soñar despierto, o dormido, o pensar en nada, en nada más. No habría en mis espaldas un peso mayor al de mis huesos, no tendría una sombra constante, pesada, difícil de mantener en pie. Creía que podría caminar en la arena y dejar sólo dos huellas en lugar de cuatro, dejar un suspiro en lugar de dos, pensar sólo simple en mí.

Me equivoqué: Juan Cruz llegó y me pidió disculpas por todo, me abrazó como los amigos que éramos hace mucho y ahí cayeron, rotos, añicos, los vidrios de mis ilusiones. No importaba si yo lo perdonaba o no, no importaba para nada. No importaba si yo lo odiaba con toda mi humanidad completa entera llena hasta el hartazgo, no importaba siquiera, en la galería de mi casa, en el living de mi vida, no importaba siquiera Yo.

Juan Cruz había regresado y ahora, dos días después -todavía- no hemos hablado demasiado.

Un mes atrás, luego de pasear por las playas uruguayas ida y vuelta, él, como siempre me convenció. Yo, como siempre, nunca dije no. Sí, dije que no, pero lo dije con la mirada, con el cuerpo, lo dije con la conciencia exprimida, con la ética que conservo, la moral que llevo en el fondo del fondo, lo dije con el esófago y con el corazón, recuerdo haber escuchado algún riñón por ahí decirme también que no. Grité que no a los cuatro vientos de mi inteligencia, pero le serví el sí en bandeja al callar y no decir más que silencio, ese espacio a la duda que siempre dejo por no decir lo que debo y cuando lo intento ya no, ya es hoy, ya es un mes después de esa pareja de turistas que matamos y es tarde.

Viajábamos así, con lo puesto y algunas cosas, caminábamos y a los micros cuando se podía, cuando había plata de alguna venta de collarcitos y pulseras, de anillos con alambre y piedritas de arena, cuando vendíamos mas marihuana de la que fumábamos, cuando éramos buenos comerciantes. Conocimos a algunos y a otros, charlamos con aquellos, matamos a esos, peleamos así, corrí para allá y me escapé. Y acá, acá estoy, con éste tarado a mi lado que no puede hacer nada por su cuenta y que necesita de otro tarado para plasmar sus geniales ideas y pelotudas. Después de tanto correr y de pensar acá lo tengo, cosido a mi espalda como hace un mes, como hace 10 años cuando éramos dos pequeños insignificantes, como siempre desde que tengo memoria.

Todavía no entiendo cómo me encontró. Su presencia jamás me incomodó tanto sino hasta hoy, un día después de su regreso. Lo veo ahí sentado en la costa, mojándose los pies de su cuerpazo enorme y torpe, corriendo las olas más difíciles como si fuera un chico, tomándose lo poco que dejé del vodka de anoche, cuando todavía conservaba algo parecido a la libertad. Lo veo empinar la botella transparente atravesada por el rayo de luz que, además, parece iluminarlo como a un santo, como a un intocable de la vida: un hombre que pasó por tanto, un chico que nunca creció, que jamás entendió de que se trataba todo.

Intento esquivar a Juan Cruz, borrar su presencia, ignorar sus preguntas, hacerlo desaparecer aunque esté ahí y yo no quiera aceptarlo. Trato de volver a generar ese clima de tranquilidad pero su silueta me da escalofríos en la espalda. El estar ahí es tan subjetivo: está lejos, en la playa y sin embargo lo siento cerca, como si me escuchara haciendo de cuenta que me ignora corriendo entre las olas. Su estadía es una nube negra al acecho en un día de verano húmedo.

Caminábamos sin parar hasta que las ampollas y el sol nos consumían y ahí sentábamos campamento como dos Boy Scouts, tomábamos sol tipo roca, lagartos inmóviles, casi negros y contentos de estar haciendo nada, improvisando por la vida como actores desencontrados en un papel que los ha superado. Y eso que yo me prometía dejarlo pero al final era buenazo, al final hablaba mucho pero eran pocas las cagadas aunque graves y entonces uno se consuela cuando no hay mas camino por recorrer que el que está atrás y hasta a veces uno se lo inventa para no aceptar que adelante hay un barranco, una caída libre hacia el vacío, una camino de ida.

Las playas de Uruguay que frecuentábamos día a día eran solo postales: paisajes paradisíacos, piedras, olas y mar azul, celeste, casi tibio. Cuando entrábamos para disfrutar de la vida, intentando llevar ese paraíso abstracto hasta alguna sensación todo se derrumbaba: había piedras en el fondo y muchas algas que flotaban con la corriente, aguas vivas que nos corrían por la fuerza, rocas negras grandes moldeadas por el agua y peligrosas en la rompiente, posos sin fondo que se abrían en lo hondo, falsos caracoles, falsas playas: fachada. Todo era lo que no parecía, nosotros también: parecíamos.

Es muy difícil parecerse a lo que uno debe ser.

Se me acerca pesado, trabado con la arena al caminar, hundido en el planeta algunos centímetros. Hundido hasta el punto de no saber, de no, de no nada. Y yo mirándolo, escuchándolo lo poco que se lo puede escuchar a un infeliz. Claro que yo lo conozco y sé como llevarlo, sé que hay que decirle siempre que sí, que sí, sí sí sí sí, hasta que el sí es lo único que sale decir y luego, al instante, es demasiado tarde para esbozar un no rotundo, un final para alguna cosa que se pasó para el otro lado.

Me gustaría poder volver a ser Yo.

Se me acerca el pavote y me dice casi como sabiendo lo que pienso, anticipándose, leyendo mis ideas, mi mirada, mis palabras que no digo, me dice entonces no te enojes, cómo iba yo a saber.

Lo miro despacio desde sus pies hundidos tratando de salir hasta su cintura pequeña, lo subo por su torso marcado y duro, temible, sus brazos fuertes, el cuerpo de la cintura para arriba moldeado por un dios benevolente, casi un titán. Lo miro a los ojos sanos que engañan tanto como el sabe y su voz, modulada y no tan gruesa, con el tono exacto y calculado que debe tener una voz que habla de lo que me está hablando. Yo callo y no niego ni asiento, lo miro, me levanto y camino a sentarme a la orilla: la playa. Camino a mojarme la cabeza y los brazos, a pasar sal por mi cuerpo pequeño, por mi pelo seco lleno de arena, cansado y molesto, callado, me siento y prendo un cigarrillo mientras pienso, tranquilo, la manera mas fácil de matarlo.

F.L.B. (22/11/07)

miércoles, diciembre 05, 2007

Crónicas: Centenarius

30/08/07

El parque es verde y basto. Uno de los pocos espacios que hay entre los muchos barrios de Buenos Aires. La laguna, no tan profunda, es casi el centro de la cosa: un oasis rodeado por cemento.

Un chico, sentado a mi lado, se para y camina. Cada paso es una duda.

Solo se escuchan pájaros, patos, parejas y gansos. Algunos toman cerveza. La cuidad contempla, allá a lo lejos, alrededor.

Un pato chico corre a un ganso más grande. El ganso se aleja tras el ataque. No lo entiendo.

En el medio de la laguna hay, solitaria, una isla. Tiene arbolitos por el momento y una montaña de rocas gastadas de un tamaño considerable. Me pregunto cómo cortarán el pasto. No lo hacen.

Al final, detrás de todo medio escondida, una calesita se marea. Yo me canso por momentos de ver gente de la mano.

Cuanta monotonía hay en este cuadro qué, sin embargo, apuesta a la inspiración.

Mate, cigarrillos, charlas: una convención social.

Es un jueves de invierno y las 7 de la tarde es, en Parque Centenario, la hora bisagra.

6/09/07

Un chico de cuatro, de la mano de su padre dice pato pato pato pato, mientras los gansos, a menos de un metro, no se dan por aludidos.

Pato pato pato.

Es un lugar perfecto para leer y chupar algo de frío.

El árbol de unos 15 años sostiene a sus pies una pareja de enamorados de la misma edad.

Otro nene, con su madre y su abuela dice bauau bauau, pero los gansos hoy no hacen caso ni contestan. Hoy son más gansos que nunca.

Una pareja de abrasados saca fotos. Los gansos posan.

Me enerva el raspar de los zapatos en el cemento. Me enervan las pocas ganas de todo.

13/09/07

El parque permanece vacío: es otra cosa. Es eso que es cuando nadie está mirando. El parque hoy, con la lluvia y los gansos, con las hojas secas mojadas pisadas en el piso amontonadas, es lo otro, lo que no sabemos. Hoy, sin nadie que lo mire, es por sí mismo.

Lo fácil, lo mas fácil, es no verlo.

20/09/07

Allá, enfrente, cruzando la laguna entera de lado a lado, ocho pibes con remeras de futbol practican capoeira.

El agua parece un colchón, una capa firme de algo, como si se pudiera caminar por encima. Cuando algún rayo de sol la impacta y se refleja, pueden verse las ondas, el movimiento constante, el ir hacia algún lado indefinido.

Un nene de 2 quiere ir al pasto. La mamá no. La mamá lo guía. El nene quiere ir al pasto. La mamá lo guía para otro lado. La mamá se lo lleva. El nene no llora pero realmente quería ir al pasto.

La luz con el sol se esconde de a poco, viaja quizás hacia mismo lugar donde va el agua, ilusoriamente, encerrada en la laguna, en algún lugar del universo.

Una madre le dice a su hijo algo en alemán, dos chinas me pasan de lado hablando en chino y dos argentinas, bajo una estatua que no se entiende, hablan un castellano raro. Tienen pelo naranja, negro y amarillo. Pelo lacio, flequillo ralo hasta las cejas adelante; atrás corto hasta el cuello. Sacan fotos y se ríen bien.

Una pareja de sesenta y ocho en un banco a mi lado habla cosas de parejas de sesenta y ocho. Detrás de las rejas, junto a dos paseadores, los perros juegan y hasta se divierten.

Le pido fuego a un joven de veintipico, simple. Me contesta “ellas”. Sus tres compañeras fuman pero nadie quiere moverse. No se cuanto tiempo pasa pero es bastante. Luego una busca un encendedor amarillo y sin mirarme, me lo pasa. Le digo gracias aunque no quiero y me alejo. Ella no contesta.

Los pájaros parecen tímidos. La calle, raro, se escucha desde donde estoy sentado. Mañana es el día de la primavera y no parece. Luego pienso que no está mal que así sea.

Hoy, en el parque, me aburro.

Me voy.

F.L.B.

miércoles, noviembre 28, 2007

Desaparece

Más allá de todo, al costado del espacio, lejos del tiempo y de la historia, ella siempre vuelve.

La cruzo en todos los tamaños y en todos los idiomas. Aparece y desaparece en silencio, de manera simple. La veo aunque me vea o no o aunque no sea.

En el recuerdo de una plaza, en una estación, en el bar donde no va nadie. También en la calle, en una rima de hace años, paseando un perro o virtualmente, a través de sistemas, cables y aparatos. Siempre, tarde o temprano, aparece y desaparece.

Acompañada, seca, con taco, triste, con sueño, la cruzo, en colores, blanco y negro, con música o sin ella, sola, la cruzo, empapada, en un cine sentada a mi lado, rubia, descalza, negro gris oscuro, la cruzo.

Doy con ella cuando camino una avenida importante una tarde de verano, en un oxímoron, en la mayonesa mezclada con el kétchup.

Todas las veces parece la última; todas las veces, (digo: todas las veces) siempre hay otra.

Forma parte de mi vida en minúsculos destellos: momentos culturales, diferentes y me pregunto el por qué. Poesía plena. Semanas seguidas o tres años sin verla. A veces hablamos con palabras y todo, a veces nos miramos, a veces…

Sucede tan rápido, tan tenue, tan condenadamente crudo.

Los dos aceptamos, cómplices, el azar que nos rodea y esperamos, en silencio nuestra próxima última vez.

F.L.B. (24/7/07)

El triunfador

Javier corre a toda velocidad. Cruza la calle casi por instinto, pasa una panadería, un local de ropa, otro. Choca una mujer en el camino pero sigue, tropieza, se levanta. Esquiva un chico en bicicleta, corre entre una pareja de la mano, pasa de largo a uno que venía y a un policía que lo mira mal. Cruza la otra calle y continúa hasta la otra esquina. Un kiosco, un local de música, dos casas grandes, una cochera. Corre por todas las fachadas que se pueda imaginar corriendo. Al final, en la otra cuadra, después de saltar un cantero y bordear las mesas del bar, después de cruzar de nuevo sin mirar y de rodear dos perros con la vista, los rodea con el cuerpo. Sorteados los obstáculos, cubierta la distancia, se detiene. Ha llegado. Está transpirado e incómodo. Sabe que la corrida no le permitirá sentirse bien hasta dentro de unos minutos. Extenuado lanza una carcajada con el poco aliento que le queda. Sabe, mas que nada, en el fondo, que ha logrado su objetivo.


F.L.B. (27/9/07)

viernes, noviembre 09, 2007

Crónica: Mi Andrea Poly

Trabajo para la facu:

Llego al congreso casi sobre la hora; las clásicas vallas blancas están puestas a la vista de todos marcando un perímetro. Dos micros grandes con las puertas cerradas esperan alguna señal de alguien para abrirlas. Dos combis blanco polarizado completan el cuadro. Mas atrás, el escenario está de espaldas al congreso, mientras que la gente está delante, detrás, a los costados, alrededor. Alguien sale a decir que vamos a hacer temblar el congreso, y yo, después de meditarlo un poco, lo dudo.

Cinco minutos después todo cambia de color y velocidad: corren, saltan, se chocan, se gritan, se saludan: Los técnicos, un mundo.

Alguien desde alguna parte da el okey y los micros abren celestialmente sus puertas dejando bajar muchos gordos de verdad. Hay gordos gordos que usan remeras para gordos y pantalones para gordos, gordos cuando hablan y cuando se mueven, otros, ríen como gordos. De pronto, me acuerdo de alguien: el espectáculo por momentos me distrajo pero ahora no, ahora la busco entre esos cuerpos pero ella no sale y hago puchero pero me recupero pronto. Creo que puedo vivir sin ella, pero solo lo creo.

Cuando termina el desfile y los ¿fans? les gritan a sus ídolos siempre lo mismo, le doy la vuelta a ese monumento enrejado con su fuente, atrapado ahí, descomunal: hoy parece, es un día de proporciones diferentes. Me paro a un costado del escenario mientras, tonto de mi, la espero nuevamente. Creo que puedo vivir sin ella.

“Vamos a hacer temblar el congreso” dicen por segunda vez por los parlantes y yo empiezo a tomarlo un poco más literal. Me enojo con un chico de 18 con un nene en los hombros porque el enano me patea a quemarropa. El enano sin pensar demasiado sigue pateando pero por lo menos se me pasa el tiempo ¿Podré vivir sin ella?

La gente se arremolina, se pega, algunos gritan, otros se trenzan después se putean: la gente: loca la gente. Parece que ya empieza, se nota en la fiebre y con muchos gritos y aplausos y gemidos y todo de todo, aparece ella. ¿Yo?, me sonrojo.

Tiene un saco de cuero colorado que brilla más que el cuero. Una remera blanca sugerente, apretada, linda, jeans negros y botas altas como para ella. Andrea Politti se ajusta su cinturón ancho, colorado, apretado: lo acomoda, se lo mira, lo baja, lo baja más, sin consuelo lo sube. A Andrea le molesta el cinturón y se le nota. Por momentos me pregunto qué es lo que lleva a alguien a ponerse una prenda que le molesta o no le gusta. Después pienso que es más normal de lo que había pensado. Después dejo de pensar. Andrea grita y todos gritan, Andrea salta y todos saltan, Andrea aplaude y todos aplauden: acá la gente aprende rápido. La mayoría, parece, vino a ver el programa en vivo al congreso: para hacer algo nomás Otros saben que esto es una manera de protestar para que en el congreso sancionen la ley de obesidad, esa que dice que uno no es gordo porque quiere sino porque está enfermo; otros, los menos, son gordos que se emocionan.

Andrea es espontánea y fresca y eso parece gustarle a todos. La gente la sigue, ríe, le grita cosas, y ella besos de acá y de allá.

El día está nublado hasta el hartazgo, y yo, que no quiero ser aguafiestas: “se viene el agua.”

“¡An-dreeeee-a-an-dreeeee-aa!” se siente. Las cámaras, atentas, no se pierden de nada. La conductora que tanto me gusta me dice para que conste que acá, hoy, hay ocho mil personas y que los medios después van a decir que sólo había trescientos, que miren bien. Yo miro bien y sory Andre, pero trescientos no es tan mal número después de todo. También dice que han venido unos expertos de la UBA y que van a medir no se que temblores y que movimientos de la tierra con no se qué máquina. La cosa es que cuando se de la orden hay que saltar para hacer temblar el piso para hacer temblar el congreso para que las lapiceras y la ley de obesidad se junten y se firmen y se envíen y se sancione, promulgue y reglamente y seamos todos felices, y los que no, gordos enfermos. Un plan perfecto y estudiado. Los de la UBA, se nota, son expertos.

Poly dice muchas cosas pero ya no la escucho. Su pelo es liso y ocre, su nariz respingada, ojos que miran bien, una sonrisa puesta. No creo, no imagino poder vivir sin ella.

En el país dicen, hay mas de veinte millones de gordos. En este programa sólo hay diez. En la calle de capital, por el congreso, veo algunos, no tantos mientras pienso lo raro de protestar por algo que no se ve. Supongo que estarán todos en el interior. No sé. Los del programa lloran, piden la ley a cámara, a gritos, a patadas. La cosa es que la piden, la necesitan: todos, y yo creo que también.

Bueno, cuatro tres, dos, uno, a saltar. Disculpen ustedes pero yo no salto. No tengo nada en contra de la ley, pero yo no salto. Mientras todos se matan, alzo los ojos y la veo, derechito ahí, una mano en su cinturón incómodo, la otra dibujando formas en el aire. Sus pies intentan con todas las ganas golpear el piso del escenario, pero la tarima esa está medio floja y sus tacos también. No salta, hace que salta hasta que se cansa y mira con la sonrisa puesta. Somos dos. Alrededor esto es una fiesta: unos corren, otros gritan, otros zapatean malambos, los pocos que saltan lo hacen mal y a destiempo. Los expertos por supuesto dicen que todo va muy bien, que está temblando y muestran en la pantalla enorme una ralla verde horizontal que se mueve y mueve y tiembla como una película de terremotos que vi hace mucho. Pienso: hay que hacer más para la escala Rifter y JiJiJi, pero luego me da vergüenza de mi mismo. Cuando miro de nuevo veo puras ganas de todo.

Andrea agradece medio agitada y se emociona, saluda y sale por atrás. Acá, ahora detrás del escenario, veo pasar las nubes que tanto prometían y nada, después me acuerdo que una vez leí sobre evitar las metáforas baratas.

Doy la vuelta a ver si puedo decirle algo, tirarle un beso, unas flores, un cinturón. Sube a la combi con la sonrisa pegada y sale por Irigoyen favorecida por el semáforo. Corro un poquito contagiado por la gente pero me detengo rápido, río de mi mismo y volteo: ahí, atrás, el congreso estático frío inmutable. Un símbolo de muchas cosas. Está vacío: por ahí se dijo que están todos de campaña y está vacío. Las luces apagadas, persianas a medio abrir, me dan escalofríos. Nunca voy a saber si realmente tembló, pero me hizo temblar a mi y eso no es poca cosa. Pienso en Poly otra vez, y reflexiono: ¡Claro que puedo vivir sin ella! De todas maneras todavía queda la entrevista. Niam Niam.

F.L.B. (10/10/07)